Cristy (mai guaif) ganaba una vez mas el primer lugar en ventas de la compañía española IBER y como había sucedido en años anteriores era merecedora de un fabuloso viaje a Europa con base en Madrid acompañada de su (josban) que era nada menos que yo.
Las razones para que Cristy destacara en esa actividad: siempre se ha distinguido por tener un angelote mas grande que el del Paseo de la Reforma; se trataba de un magnifico producto elaborado en Valencia, España; ella, sin el menor problema, demostraba la efectividad del producto que ofrecía por medio de la elaboración de una comida completa en un mínimo de tiempo en el mismo domicilio de una familia interesada.
Para completar, Cristy acudía con mucha frecuencia al programa de Salvador y Vicky Ortíz conducido por Cesar Costa y Rebeca de Alba ampliamente conocido como “Un Nuevo Día”. En ese programa, Cristy presentaba al público televidente exquisitos guisos y diferentes platos atendiendo al gusto predominante de las familias estandar de México y siempre pendiente del aprovechamiento y ahorro en beneficio de la economía familiar.
Ella invariablemente cocinaba ante las cámaras del Canal 2 haciendo uso de las cacerolas que representaba y aunque no le era permitido pronunciar el nombre y marca de esos utensilios, los dejaba ver ante las cámaras y eso bastaba para que entraran a casa las llamadas en increíbles cantidades, solicitando información que mas tarde se convertiría en la adquisición de esos productos.
Pues en la ocasión a la que me estoy refiriendo, Cristy se llevó una vez más el primer lugar entre las tres mil representantes acreditadas a lo largo y ancho del país, así es que alistamos maletas y salimos con rumbo a Madrid en un grupo de excelentes personas que presididas por el director general de la empresa, señor Ángel Palacios originario de la bella ciudad de Cuenca y su esposa Rosario, proveniente de la señorial capital Madrileña.
Una vez instalados en un magnífico hotel de la Gran Vía, iniciamos nuestra visita a los puntos obligados como pueden ser el Parque del Retiro, el Palacio Real, la Plaza Mayor, la Calle de Alcalá, el Museo del Prado, la Plaza de Armería, etc.
Como segundo punto de nuestro recorrido turístico, visitamos la legendaria ciudad de Roma en la bella Italia y ahí, obligadísimo el acudir al Vaticano.
Arribamos con harta emoción a la impresionante Plaza de San Pedro, obra maestra de Gian Lorenzo Bernini que data de 1656. La gran Plaza está flanqueada por dos columnatas de trazo elíptico que se desarrollan en torno a sendas fuentes situadas en el foco del arco de su diseño original.
Al centro de la monumental Plaza está situado un enorme obelisco monolítico de 25 mts. de altura y con un peso de 327 toneladas. Este obelisco fue trasladado desde Egipto y representa el lugar donde fue sacrificado San Pedro.
Después de disfrutar la magnificencia de ese lugar que no es mas que el preámbulo para entrar a la famosa Basílica, ingresamos a ella y para empezar, nos situamos a disfrutar de esa hermosa escultura en mármol blanco de Carrara obra del gran escultor, pintor, arquitecto y poeta Michelangelo Buonarrotti identificada como “La Piedad” y que simboliza a Jesucristo inerte sostenido por su dolida madre la Virgen María.
Continuamos nuestra visita contemplando frescos y retablos, esculturas y mucha historia, un repaso en el tiempo. Por fin llegamos al centro de gravedad del trazo del hermoso templo que obedece a la forma de una cruz griega de tres brazos y un fuste. Precisamente en ese centro está situado el Altar de San Pedro que se levanta enmarcado por cuatro columnas de mármol negro de estilo Salomónico y que sirven de base a lo que se puede considerar un dosel a la tumba donde está sepultado el Santo.
Este altar por allá, a toda la altura del templo, está coronado por la gran y hermosa cúpula diseñada también por Buonarrotti, soportada por cuatro enormes y robustos pilares que se desplantan desde el marmóleo piso.
Cuando terminamos de recorrer en una forma un poco superficial tanto arte, tanta belleza, nos dirigimos a la entrada en donde nos habíamos citado con nuestros compañeros de viaje. Después de los comentarios de rigor, el grupo y los señores Palacios siguieron su camino para completar el paseo planeado para ese día.
Nosotros, que ya conocíamos esos lugares, preferimos quedarnos. Además, habíamos preguntado por que estaban colocando una gran cantidad de sillas y nos pudimos enterar de que se iba a celebrar una misa para los estudiantes italianos y la iba a celebrar nada menos que el Papa Juan Pablo II.
La misa sería a las cinco de la tarde y eran casi las tres. Increíblemente a medida que iban colocando la sillería los lugares se iban ocupando.
Sin importarnos el hecho de todavía no haber comido, Cristy y yo preferimos tomar unos buenos lugares. Para situarnos había dos alternativas: buscar lugar lo mas adelante posible ó situarnos mas o menos en la fila quince pero con la posibilidad de quedar pegados a la barrera que en paralela con otra delineaban un pasillo de unos tres metros de ancho por donde pasaría el Santo Padre a bordo de su plataforma móvil. Afortunadamente nos decidimos por esa, por la de la barrera.
Nos sentamos en nuestras correspondientes sillas y así, conversando, dejamos correr el tiempo. Como yo invariablemente acostumbro llevar en mis viajes papel, tarjetas, lápices, carboncillo, esfuminos, colores, tinta, etc., abrí mi petaquín y saque lo necesario y así apoyado en mis piernas y usando una carpeta como base, comencé a contemplar el entorno en que me encontraba.
Al frente, un poco a la izquierda y a una distancia relativamente corta, tenía nada menos que el altar de San Pedro; muy por encima del altar, la famosa y hermosa cúpula de Buonarroti sostenida por los cuatro enormes pilares luciendo sus robustos capiteles y sus preciosas molduras. Entonces, el ángulo en que me encontraba, me permitía dibujar una perspectiva muy a gusto del conjunto en torno al altar.
Comencé a dibujar, fui corrigiendo mis trazos, fui logrando dar una proporción adecuada a los distintos elementos que debía incluir en la perspectiva, mi preocupación era la cúpula porque era un compromiso dibujar correctamente la elipse que describía su desplante y después su desarrollo hacia su centro en todo lo alto.
Recuerdo como dediqué tiempo a la gran cantidad de marcos trapezoidales con que Michelangelo adornó las entrecalles despuntadas que terminaban en una moldura de la que emergía la linternilla. Seguí avanzando.
Había pasado una hora y media, yo tenía mi dibujo en la fase de darle sombras, profundidad, contraste, delineando y afinando los detalles. De pronto, presentí que alguien estaba próximo a mi, alguien me veía, voltee la cara hacia uno y otro lado y descubrí que se trataba de uno de esos caballeros vestidos elegantemente con ropa de media etiqueta y que participan como edecanes en las ocasiones en que el Papa se presenta en público.
Este señor contemplaba complacido mi dibujo y algo me decía en su musical italiano del que poco entendía. Sentí que me estaba felicitando, llamó a un compañero que estaba cerca y le hizo ver mi perspectiva. Cambiaron impresiones, y después creo haberle entendido: - Señor, de donde viene, de donde nos visita? … Por favor regáleme su obra de arte, como un souvenir de México para el Vaticano.
- No señor, esto es un regalo para el Santo Padre, para el Papa… y mientras pronunciaba esas palabras, escribía en el ángulo inferior derecho de mi dibujo: Para su Santidad Juan Pablo II una Feliz Navidad con el respeto y cariño de un mexicano que le quiere mucho. Mi firma, nombre, dirección y hasta número telefónico.
Entonces éste señor edecán, haciendo una vez mas su lucha, me dijo: Señore, por favor confíe en mi, yo se lo puedo entregar de su parte al Santo Padre. Contestándole: No señor, muchas gracias pero yo lo haré.
En eso estábamos cuando se escuchó el murmullo, algunos aplausos aislados, movimientos, porras, agentes, ayudantes, fotógrafos... y allá por un extremo de la valla, la imponente figura del Papa.
Ahí venía a bordo de su plataformita alfombrada en rojo complementada con algunos postecillos y un barandal de tubos de latón muy dorados muy brillantes. Ahí venía muy agarradito con su mano izquierda mientras con la derecha repartía bendiciones a diestra y siniestra.
Yo me preparé, primero pretendí convencer a Cristy para que fuera ella la que quedara pegada a la barrera. Ella no aceptó, quiso que yo fuera y así fue. La altura de la barrera coincidía mi abdomen, por debajo de mi pecho, así es que pasé por encima de ella ambos brazos. Con mi mano izquierda sostenía el dibujo mostrándolo, como ofreciéndolo y con la mano derecha la cámara de fotos para poder fotografiar a semejante personaje a escaso metro veinte de distancia.
A medida que avanzaba, el Papa como de costumbre daba la bendición para un lado y para el otro. Yo esperaba tener la suerte de que cuando pasara exactamente frente a nosotros, coincidiera con que estuviera volteando a favor nuestro y afortunadamente así fue. El Papita volteó hacia nosotros y le llamó la atención mi dibujo y lo vio y frunció el ceño y entrecerró los ojos como para distinguir de que se trataba y en ese preciso instante, disparé la cámara y ahora es el caso que puedo presumir esa oportuna foto.
Atrás del Papa venían en dos filas de cuatro unos caballeros muy bien alineados, caminando lentamente atrás de la plataforma Papal. El mas próximo al Papa en la fila de nuestro lado, me tendió la mano y con la pura mirada me dijo sin pronunciar palabra: Permítame su pliego, yo se lo entregaré al Santo Padre.
Así, en absoluto silencio, yo le entendí y sentí plena confianza en su mirada, su semblante, su tranquila sonrisa y mi dibujo con el se fue. Lo guardó en el portafolios que llevaba en la diestra y continuó su lento caminar. Nosotros nos quedamos hasta el final, después de que el Papa se retiró al término de la misa que duró poco mas de una hora.
Continuamos nuestro paseo por Roma, también visitamos Venecia y Florencia y así muy paseados volvimos felices a nuestra casa en México.
Como quince días después de nuestro regreso, recibí una espléndida carta con el escudo y membrete del Vaticano en la que el Santo Padre Juan Pablo II por conducto de alguien encargado de éste tipo de comunicaciones para que me hiciera saber de su agradecimiento por mi obsequio otorgándome su Bendición extensiva a toda mi familia.
Además me enviaba como un muy especial regalo, una simbólica estampa relativa a la Natividad de Jesús. En la cara posterior en manuscrito, un mensaje y su Bendición.
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