Aprovechando que era un viernes y que como
viernes era un día poco flojo en cuanto a las actividades en general y en que
la gente todavía traía la inercia de las fiestas navideñas y de la reciente
Rosca de Reyes, costumbre que afortunadamente se conservaba a través del tiempo
con la ingenua tradición de que la persona a la que le tocaba en suerte el
muñequito que por cierto simboliza al Niño Jesús oculto en su rebanada de pan,
se comprometía a invitar los tamales y el chocolate el dos de febrero, día de
la Candelaria, pensé que era un día propicio para viajar a la ciudad de Puebla y visitar y
revisar una residencia en construcción que tenía bajo mi responsabilidad y que
era propiedad de mi querido tío Guillermo, hermano de mi señora madre.
Desde la víspera le llamé a mi amigo el
arquitecto Jesús Correa propietario de un taller de herrería a quién le
encargaba todo lo relacionado con puertas, ventanas, canceles y demás elementos ya fueran de lámina o de
aluminio, para que aprovechara mi visita y pudiera revisar y checar lo suyo,
tomando las medidas precisas de lo que todavía
tenía pendiente de fabricar. Así que a eso de las diez de la mañana pasé por el
y tomamos el camino con dirección a la ciudad de Puebla.
Antes de casarnos, mi novia Cristy y yo compramos nuestro nuevo auto |
Como referí líneas arriba, se trataba del 2
de febrero y ya corría el año de 1961. Con motivo del centenario de la Batalla
del 5 de Mayo de 1862, las autoridades habían decidido construir una nueva
carretera con categoría de autopista que ligara a la ciudad de México con la de
Puebla.
Cuando se dio a conocer la noticia de la
nueva vía de comunicación, yo me ilusioné pensando en que como la técnica, los
equipos de maquinaria pesada y la resistencia de los materiales era cada vez de
mayor capacidad, se podía asegurar que la nueva autopista podía tener mucho
mejor trazo e iba a acortar la distancia y los tiempos de recorrido.
La verdad es que en línea recta las dos
ciudades están muy cercanas una de otra, pero a la vez, están bloqueadas debido
a la presencia de los volcanes Ixtaccihuatl y Popocatepetl. Ahora, si consideramos que existe un paso
entre los dos volcanes conocido como
“Paso de Cortés”, yo consideraba que hoy en día podía ser el punto de
comunicación más directo entre las dos ciudades, sin necesidad de rodear al
Ixtaccihuatl como sucede hoy y desde siempre .
Cuantos y cuantos vehículos, desde los
potentes autos hasta las modestas carcachas, acuden domingo a domingo a ese
lugar con la intención de un simple paseo y sin problema pueden llegar al
referido Paso de Cortés.
Hoy en día, para los potentes automóviles y
los flamantes y poderosos autobuses se puede considerar que no hay cuesta que no
puedan superar si se optara por aprovechar el referido paso. Los actuales
vehículos podrían hacer el recorrido en más
o menos una hora, sobre todo si se optara por conservar la carretera original
para la circulación de camiones de carga.
Pero
todo lo expresado anteriormente quedó en el aire como una idea que pudo haber
sido y no fue.
La nueva autopista casi se podía considerar
como la que ya existía desde principios de los años treinta nomás que hasta
donde se pudo corregida y tal vez maquillada.
La prueba de lo expresado anteriormente es
que un automóvil en buenas condiciones y bien manejado por la vieja carretera
federal, la original, que estaba a punto de desaparecer, pasando por en medio
de los pueblos Ayotla, Zoquiapan, Rio Frío, San Martin Texmelucan, Huejotzingo
y Cholula, hacía habitualmente el
recorrido en dos horas.
La verdad es que una vez terminada la
autopista, en un auto en buenas condiciones y también bien manejado, actualmente hace el recorrido
en poco más de una hora y cuarenta y cinco minutos.
O sea que no se siente que se hayan
mejorado las condiciones de transportación después de los altísimos costos de
semejante obra.
La nueva autopista ya no pasa por los
pueblos, pero sigue siendo el mismo trazo en la mayor parte de su extensión. Se
sigue pasando a un lado de los taquitos de Rio Frío, por el mismo puente del
Emperador, pasa razando San Martín Texmelucan en donde cuesta trabajo no atropellar
a alguno de los dos mil vendedores de camotes que se echan encima de los autos
en transito.
Además, por falta de personal o de
presupuesto, en las casetas existentes, solo funcionan la mitad de los carriles
para poder pagar, provocando unas largas filas de autos que están quemando
tiempo y gasolina, que al fin y al cabo se convierte es aire sucio,
contaminado.
La verdad es que todo lo que he comentado
ha sido en base a que en ese febrero de 1962 de plano no se podía transitar por
la maltrecha carretera tradicional que se estaba transformando en autopista y
por ello, para poder viajar a la ruta a Puebla, Oaxaca, Tehuacán, Orizaba,
Córdoba, Jalapa y Veracruz, la única forma de lograr esas conexiones era a
través de la angosta y muy congestionada vía a Texcoco. Así es
que no hubo más remedio que conectar con ella y más tarde, con suerte, llegar a
la ciudad de Puebla.
Después de la referida odisea, llegamos a
la obra y nos separamos para revisar cada quien sus pendientes. Llegada la hora
de comer, suspendimos nuestras labores y nos escapamos al Paseo de San
Francisco en donde se encuentra el legendario kiosco de “Las Carmelitas” en
donde disfrutamos de una cerveza bien fría, de un magnífico plato de arroz
coloradito complementado con un par de taquitos de aguacate de esos de Atlixco
que se pueden comer con todo y su delgadita piel, media docena de chalupitas entre
verdes y rojas y para terminar, una pieza de pollo bañada en mole poblano con
su obligado ajonjolí y complementado con muy buenas tortillas recién hechas. Para
terminar, un jarrito de barro conteniendo un buen café endulzado con piloncillo.
Después de semejante ágape, volvimos a la
obra, aprovechamos la tarde y suspendimos nuestras labores cuando se comenzó
a oscurecer. Nos montamos en el auto, yo al volante y mi amigo Jesús de
copiloto y emprendimos el regreso por la angosta carretera de dos sentidos con
rumbo a Texcoco y ciudad de México.
Cuando nos faltaba ya muy poco para llegar
a esa población en donde veneran cual se venera a un santo y que en éste caso
el santo se llama Silverio Pérez, llegando al kilómetro 46 nos aproximábamos a
una curva a la izquierda cuando en sentido contrario venía un poderoso tráiler y
al afocarme o centrarme con una luz capaz de radiografiarnos, me deslumbro al
grado de que en un instante dejé de ver lo que tenía adelante y resulta que por
mala suerte lo que tenía enfrente era la cola de un camión carguero parado
dentro de la carretera sin calaveras,
sin un aviso, una bandera roja, una linterna o de menos una fogata, alguien
haciendo señales, absolutamente nada. Al sorprenderme y encontrarme atrás de la
caja de ese maldito camión abandonado, instintivamente di un frenazo y un volantazo para
escaparme por el lado izquierdo que justamente estaba invadido por el tráiler
que venía en sentido contrario y que me deslumbró.
El impacto fue inevitable, logré no chocar
de frente contra la caja del camión pero el poste del lado derecho de mi
parabrisas no logró pasar y ahí fue el primer impacto. La consecuencia fue que
el poste sirvió de acicate para que se desprendiera el techo completo dejándolo
hecho añicos sobre la cajuela. Además no entiendo como fue, pero cupimos
milagrosamente entre los dos vehículos. Fue un milagro que hubiéramos pasado en
medio de ese reducido espacio.
Después del fuerte impacto y así, en medio de un
millón de pedacitos del cristal del parabrisas y con el techo hecho bolas sobre
la cajuela, salimos de la carretera y
volamos sobre la cuneta que en ese tramo estaba a más o menos tres metros
debajo de la cinta asfáltica. Una vez que caímos allá abajo, en medio de una
nube de tierra que levantamos al caer desde esa altura y por la ausencia del
techo, me sorprendió ver tantas estrellas que llegué a pensar que estábamos ingresando
al reino celestial.
Materialmente el techo quedó sobre la cajuela. |
Ahí me di cuenta que mi amigo estaba
noqueado, me acerqué y me percaté que estaba sangrando de la cabeza, no se le
veía la herida pero estaba sangrando. Yo me apuré muchísimo y pedí auxilio pero
nadie me oyó ni me vio, ni acudió, entonces como pude me metí debajo de su
brazo y haciendo un esfuerzo inaudito, logré sacarlo del auto y como pude lo
cargué e increíblemente lo logré subir por ese empinado talud hasta la
carretera. En casos como éste, no sabe uno de donde saca las fuerzas.
Ahí, ya arriba, afortunadamente un bondadoso chofer, detuvo su
camión y bajó a ver como me podía ayudar, el tráfico se detuvo y los autos
pitaban. En medio de esa caótica situación logramos subir al maltrecho herido a
su camión en el que nos llevó a Texcoco que ya estaba cerca.
Ahí me di cuenta de que yo había sufrido un
corte en la piel de mi cara. La herida nacía entre las dos cejas y subía
sesgadamente hacia el lado izquierdo y se perdía entre el pelo. También había
sangrado pero yo ya no sabía si la sangre era mía o de Jesús mi amigo.
Llegando al centro del pueblo, se detuvo
frente al sitio de autos y uno de los choferes a regañadientes aceptó llevarnos
hasta la ciudad de México. El chofer nos dijo que si buscábamos donde atenderlo
en Texcoco se iba a morir, no había donde llevarlo, decidimos seguir hasta la
ciudad de México. El taxista iba temeroso de que lo agarrara la policía porque
se metería en un verdadero lío. Yo no sabía si mi amigo estaba a punto de
morir, estaba inconsciente y seguía sangrando. Yo usé mi sweater y con las
mangas le amarré la cabeza y ahí se absorbía el sangrado.
Cuando nos acercamos a la entrada de la
ciudad, le pedí al chofer que nos llevara al Sanatorio Durango que se
localizaba en la esquina de Durango y Sonora, en la colonia Roma. Yo lo fui
guiando. Fue un recorrido de una espantosa angustia. Hubo ciertos momentos en
que pensé que mi amigo Jesús había fallecido.
Durante ese recorrido se me declaró un
fuerte dolor en mi codo izquierdo y también me percaté de que me faltaba un
zapato y el calcetín estaba lleno de unas como esferitas llenas de puntas como
semillitas del campo que no me las podía quitar porque me herían las manos. Mi
pie estaba sangrado.
Cuando llegamos al Hospital, el chofer bajó
a pedir que salieran por el herido y en un momento más, lo introdujeron a bordo
de una camilla directo al área de urgencias.
En ese momento me sentí un poco menos mal
porque ya estaban atendiendo a mi maltrecho amigo. Llegó el momento de pagarle
al taxista, yo no tenía idea de cuanto debía de cobrarme pero había que
hacerlo. Cuando me dijo que eran mil pesos no tuve deseos de decir nada, ni razón
para enojarme o darle las gracias, no sabía que pensar, solo le dije:
Le estoy muy agradecido y pídale a Dios que
mi amigo se salve. Como usted comprenderá no tengo conmigo esa cantidad, mi
portafolios se quedó en el coche y seguramente ya cambió de dueño. Ahí venía mi
chequera, ni modo. Solo traigo en la bolsa doscientos sesenta pesos y mi reloj
que es de buena familia.
Si no le interesara conservarlo, le
aseguro que ahora que salga de este lío
yo iré personalmente a Texcoco y le llevaré el dinero faltante y rescataré mi
reloj. Está usted d acuerdo?...Tomó mi reloj y lo observó con horror porque
estaba lleno de sangre. Lo envolvió en su paliacate y se retiró sin decir
palabra.
Entonces entré al hospital y preguntando
llegué hasta una salita de espera afuera de donde estaban curando a mi amigo. Cuando
salió el doctor, por cierto un médico militar de nombre Enrique Peña y Peña, me
dijo: Su amigo estuvo a punto de perder
la vida, perdió mucha sangre, tiene una pequeña fractura de cráneo. Se puede
considerar que está controlado. Ya le pusimos sangre y sus signos ya están
estables, se debe quedar hospitalizado en observación por un par de días.
Y usted no avisó que también esta
lastimado? ….La verdad es que lo que me preocupaba era mi amigo, lo mío creo
que es una simple cortada. A ver, vamos a ver, sígame usted. Y entramos al área
de las salas de curaciones. Una enfermera me lavó la cara hasta donde llegaba
le herida y me rasuró un poco de cabello. Ese corte en mi cara fue provocado
por el poste izquierdo del parabrisas que al desprenderse y al viajar hacia
atrás, hacia la cajuela me provocó el corte con una de sus rebabas.
Inyección antitetánica, desinfectante,
vendoletes y parche de gasa con tiras de tela adhesiva. Radiografías, fractura
en mi codo izquierdo, férula y además vendado mi lastimado pie derecho,
total….una ganga.
Para entonces ya eran las tres de la
mañana. Yo estaba recién casado, me casé con Cristy, mi linda novia apenas el pasado 3 de diciembre de 1960 y
ahora ya era 3 de febrero, o sea que estaba cumpliendo mis dos meses de casado
y lo peor es que ya venía en camino nuestro primogénito que nació el 16 de
septiembre de 1961 como quien dice y como debe de ser, a los nueve meses y
trece días del casorio. Pero el problema era que eran casi las cuatro de la
madrugada y yo no había llegado y calculaba que ella, si no la había vencido el
sueño, estaría colgada de la lámpara en espera del “flamante” marido que quien
sabe por qué no llega.
Como el taxista me dejó sin un centavo, no
tenía más remedio que tomar un taxi y pedirle que esperara abajo mientras yo
subía por dinero. Además, la impresión de mi bella dama de abrir la puerta y
verme de Frankenstein, que hacer??? Me decidí a hablarle a mi hermano, pero más
tardecito, digamos siete de la mañana y así lo hice, le llamé le conté y se
dejó venir con dinero para pagar el hospital. A falta de los celulares que
todavía no inventaban, le pedí que le hablara a Cristy y que le dijera que iba
a ir a auxiliarme porque se me había descompuesto el auto pero que yo estaba
perfectamente. Así lo hicimos.
En seguida, yo mismo llamé a la casa de
Jesús mi amigo y fue a su hermano a quien puse al tanto del accidente y del
estado en que se encontraba el buen Jesús pero que estuviera tranquilo porque estaba
fuera de peligro y muy bien atendido. Le pedí que acudieran al Sanatorio, que se hicieran cargo de llevarlo a casa y
que no se preocuparan por la cuenta y por el pago a los doctores, de eso me
estaba encargando yo.
Más tardecito, mi hermano me llevó a casa y
el se adelantó para advertirle a Cristy que no se fuera a impresionar porque me
había cortado y traía un parche en la frente y el brazo con férula de yeso y
así pude llegar y ya le pude contar los
detalles de la desafortunada aventura.
Inmediatamente se organizó el obligado e
inevitable circo, resulta que del hospital, tal como marca la ley, dieron parte
al ministerio público de la octava delegación y rapidito dieron conmigo para
llevarme a hacer mi declaración y toda esa bola de engorrosos y tardados
trámites. Me advirtieron que iba a
quedar detenido y no tuve más remedio de recurrir a mi señor padre para que
hiciera lo mismo con don Severo Mantilla que era su amigo y que era todo un jefazo
en la procuraduría del D.F. Don Severo de inmediato dio instrucciones de que me
dejaran en paz y en paz me fui a acostar a mi camita desde donde estuvimos
pendientes del proceso de recuperación de Jesús mi amigo.
Nueve días después, me llegó la notificación
oficial de la Policía Federal de Caminos avisándome que si estaba vivo, debía presentarme
para cubrir la multa correspondiente clasificada en Cien Pesos.
Lo que seguramente no hizo la Policía fue
aprehender al infeliz chofer que tan irresponsablemente y sin dejar señal
alguna, abandonó su maldito camión en medio de la carretera y de la oscura
noche.
Ya para entonces, mi amigo continuaba
recuperándose en su casa con el ánimo muy en alto y desde su casa controlando
su herrería y nosotros, después de los
obligados tamalitos del día de La Candelaria, andábamos en busca de que auto nos
convenía comprar.
La verdad es que la compañía de Seguros me
pagó el auto como “pérdida total” para poder comprar uno nuevo y además y muy
al margen, aceptó venderme la “chatarra”,
(mi auto chocado) en cualquier cantidad, dándome la oportunidad de poseer un modelo de
Opel que nunca se fabricó como convertible, concediéndome ser el presumido
dueño de un modelo único. Puedo asegurar que en México podemos contar con unos verdaderos artistas entre los
hojalateros, pintores y vestidores de autos
imposible de encontrar en alguna parte del mundo.
AMÉN.
El Opel convertible nos fue útil hasta cuando nació Cristy jr. |
De lo que uno se entera, Saludos Don Gabriel.
ResponderBorrar