A menudo sucede que un día, por cierto muy esperado, llega una criaturita al seno de una familia que la recibe plena de alegría y gozando de la bendición de Dios.
El crío que recién llega, ha elegido el 5 de junio de 1860 justo a la una de la tarde. El sitio de su debut, la colonial y señorial ciudad de Puebla, Sus padres, don Miguel Martínez Ramos y doña Dolores Cantú y Sotomayor.
Papá y mamá reciben con mucho amor y alegría al nuevo miembro de la familia y pronto deciden que será bautizado con el nombre de Vicente.
Vicente tendrá en breve la felicidad de contar con dos hermanitas, Eloísa y Rosario que igual que él, llevarán los mismos apellidos: Martínez Cantú.
Como una de esas irremediables calamidades, la nenita Rosario nace después de haber muerto su padre. Don Miguel, hombre muy trabajador y muy responsable, se desarrollaba como un respetable comerciante y dada su disciplina de vendedor, tenía que viajar constantemente.
Como una verdadera maldición, le tocó visitar la ciudad y puerto de Veracruz en aquellos días en que todavía gravitaban en el ambiente los problemas y riesgos derivados de la intervención francesa a nuestro país. Al mismo tiempo y como consecuencia de todo aquello, en esa localidad se había presentado una epidemia de la temida enfermedad conocida como Cólera.
Así es que don Miguel quien contaba con solo 23 años, llegó a desempeñar su trabajo muy al margen de todo lo anteriormente expresado y dadas las escasas e incipientes formas de comunicación en aquellos tiempos, no pudo recurrir al telégrafo para poner algún mensaje para tranquilidad de su familia y simplemente enmudeció.
La familia sufrió su silencio y su ausencia y no tardaron algunos allegados que se ofrecieron a hacer el viaje para saber de él sin haber obtenido ninguna respuesta.
La realidad es que llegado el momento y al no haber podido conseguir alguna pista que les pudiera aclarar la penosa situación, en medio de un gran dolor, se aceptó el argumento de que adquirió el Cólera, murió y al no haber nadie a quien recurrir, terminó con sus restos en la fosa común.
Así pues, el pequeño Vicente quien entonces contaba con solo tres añitos, quedó como un acongojado niñito huérfano de padre. No obstante su corta edad veía y sentía como sufría su madre esas angustiantes consecuencias.
En uno de sus constantes viajes de doce kilómetros entre Puebla y Cholula y a bordo de la carretela propiedad de los abuelos, en un punto donde los viajeros acostumbraban hacer un breve alto para descansar del ajetreo del rústico camino, coincidieron con la volanta en la que viajaba la familia Méndez Ponce con quienes llevaban una entrañable amistad.
En esa ocasión, Lolita Méndez Ponce, la linda chiquilla de la familia amiga, pidió le concedieran continuar el viaje llevando en sus piernas al pequeño e inquieto Vicentito y el permiso le fue concedido. En ese momento nadie imaginaba que dieciocho años después ella y Vicente contraerían matrimonio.
Dos años después, fallece el Abuelo Eusebio y la abuela Trinidad ahora ya viuda, recomienda que su nieto quede a cargo de su tío el licenciado Joaquín Martínez Ramos, ampliamente conocido como “El Marqués de la Pedrada” casado con Amadita Reyes, quienes presidían una hermosa familia de seis varones y dos damitas que ahora serían los hermanitos de Vicente quien ya contaba con cinco años de edad.
Cuando el niño cumple los nueve, se encuentra con un bondadoso profesor, que se convierte en su protector y además, ostenta el muy respetable grado de Canónigo en su actividad religiosa, razón por la cual Vicente ingresa como Infante a la Basílica Catedral.
En una ocasión, el niño le pidió a su protector que le comprara unos zapatos que ya le hacían mucha falta y la petición le fue negada. Eso fue suficiente para que el jovenzuelo se acercara al tendero más próximo a su casa solicitándole trabajo que él podía desempeñar en su tiempo libre y así, a partir de esa fecha dentro de una verdadera pero digna pobreza, no volvió a depender de nadie.
Al término de su instrucción primaria, contando ya con doce años, fue aceptado para trabajar en un Molino localizado en la vecina población de Atlixco, que era propiedad de otro tío de apellido Couttolenc. Por esos días se enteró que su madre no había tenido otro recurso más que ingresar a Eloísa y Rosario, sus dos hermanitas al Hospicio debido a no contar con lo necesario para su manutención. Haciendo verdaderos esfuerzos, entre la madre viuda, Vicente, puberto, y alguien más de la familia unieron esfuerzos para poder cubrir las necesidades de las niñas.
El hermano, corto de edad pero muy responsable, no dejó de ver que a su madre y a sus hermanas no les faltara nada hasta que ellas tuvieran la edad y con quien casarse. Él ya se había metido a estudiar Contabilidad para poder pretender una mejora en sus ingresos.
Cuando Vicente llegó a cumplir quince años, afrontó una experiencia que le dejó profunda huella, resulta que una tarde, cuando los dos trabajadores que operaban el molino se habían retirado, se introdujeron unos ladrones que le exigían que les entregara las llaves del despacho donde suponían había dinero, cuando menos el efectivo para pagar las rayas. Al negarse Vicente, fue fuertemente golpeado y para presionarlo más y más, le advirtieron que iban a matarlo.
Providencialmente la inesperada llegada del patrón Couttolenc provocó la huida de los malhechores.
Al cumplir dieciocho años, Vicente ya como un hombre hecho y derecho, retorna a la ciudad de Puebla para ocupar el puesto de Primer Contador de la Oficina General del Timbre a cargo de su nuevo jefe, don Joaquín Álvarez.
El crío que recién llega, ha elegido el 5 de junio de 1860 justo a la una de la tarde. El sitio de su debut, la colonial y señorial ciudad de Puebla, Sus padres, don Miguel Martínez Ramos y doña Dolores Cantú y Sotomayor.
Papá y mamá reciben con mucho amor y alegría al nuevo miembro de la familia y pronto deciden que será bautizado con el nombre de Vicente.
Vicente tendrá en breve la felicidad de contar con dos hermanitas, Eloísa y Rosario que igual que él, llevarán los mismos apellidos: Martínez Cantú.
Como una de esas irremediables calamidades, la nenita Rosario nace después de haber muerto su padre. Don Miguel, hombre muy trabajador y muy responsable, se desarrollaba como un respetable comerciante y dada su disciplina de vendedor, tenía que viajar constantemente.
Como una verdadera maldición, le tocó visitar la ciudad y puerto de Veracruz en aquellos días en que todavía gravitaban en el ambiente los problemas y riesgos derivados de la intervención francesa a nuestro país. Al mismo tiempo y como consecuencia de todo aquello, en esa localidad se había presentado una epidemia de la temida enfermedad conocida como Cólera.
Así es que don Miguel quien contaba con solo 23 años, llegó a desempeñar su trabajo muy al margen de todo lo anteriormente expresado y dadas las escasas e incipientes formas de comunicación en aquellos tiempos, no pudo recurrir al telégrafo para poner algún mensaje para tranquilidad de su familia y simplemente enmudeció.
La familia sufrió su silencio y su ausencia y no tardaron algunos allegados que se ofrecieron a hacer el viaje para saber de él sin haber obtenido ninguna respuesta.
La realidad es que llegado el momento y al no haber podido conseguir alguna pista que les pudiera aclarar la penosa situación, en medio de un gran dolor, se aceptó el argumento de que adquirió el Cólera, murió y al no haber nadie a quien recurrir, terminó con sus restos en la fosa común.
Así pues, el pequeño Vicente quien entonces contaba con solo tres añitos, quedó como un acongojado niñito huérfano de padre. No obstante su corta edad veía y sentía como sufría su madre esas angustiantes consecuencias.
En uno de sus constantes viajes de doce kilómetros entre Puebla y Cholula y a bordo de la carretela propiedad de los abuelos, en un punto donde los viajeros acostumbraban hacer un breve alto para descansar del ajetreo del rústico camino, coincidieron con la volanta en la que viajaba la familia Méndez Ponce con quienes llevaban una entrañable amistad.
En esa ocasión, Lolita Méndez Ponce, la linda chiquilla de la familia amiga, pidió le concedieran continuar el viaje llevando en sus piernas al pequeño e inquieto Vicentito y el permiso le fue concedido. En ese momento nadie imaginaba que dieciocho años después ella y Vicente contraerían matrimonio.
Dos años después, fallece el Abuelo Eusebio y la abuela Trinidad ahora ya viuda, recomienda que su nieto quede a cargo de su tío el licenciado Joaquín Martínez Ramos, ampliamente conocido como “El Marqués de la Pedrada” casado con Amadita Reyes, quienes presidían una hermosa familia de seis varones y dos damitas que ahora serían los hermanitos de Vicente quien ya contaba con cinco años de edad.
Cuando el niño cumple los nueve, se encuentra con un bondadoso profesor, que se convierte en su protector y además, ostenta el muy respetable grado de Canónigo en su actividad religiosa, razón por la cual Vicente ingresa como Infante a la Basílica Catedral.
En una ocasión, el niño le pidió a su protector que le comprara unos zapatos que ya le hacían mucha falta y la petición le fue negada. Eso fue suficiente para que el jovenzuelo se acercara al tendero más próximo a su casa solicitándole trabajo que él podía desempeñar en su tiempo libre y así, a partir de esa fecha dentro de una verdadera pero digna pobreza, no volvió a depender de nadie.
Al término de su instrucción primaria, contando ya con doce años, fue aceptado para trabajar en un Molino localizado en la vecina población de Atlixco, que era propiedad de otro tío de apellido Couttolenc. Por esos días se enteró que su madre no había tenido otro recurso más que ingresar a Eloísa y Rosario, sus dos hermanitas al Hospicio debido a no contar con lo necesario para su manutención. Haciendo verdaderos esfuerzos, entre la madre viuda, Vicente, puberto, y alguien más de la familia unieron esfuerzos para poder cubrir las necesidades de las niñas.
El hermano, corto de edad pero muy responsable, no dejó de ver que a su madre y a sus hermanas no les faltara nada hasta que ellas tuvieran la edad y con quien casarse. Él ya se había metido a estudiar Contabilidad para poder pretender una mejora en sus ingresos.
Cuando Vicente llegó a cumplir quince años, afrontó una experiencia que le dejó profunda huella, resulta que una tarde, cuando los dos trabajadores que operaban el molino se habían retirado, se introdujeron unos ladrones que le exigían que les entregara las llaves del despacho donde suponían había dinero, cuando menos el efectivo para pagar las rayas. Al negarse Vicente, fue fuertemente golpeado y para presionarlo más y más, le advirtieron que iban a matarlo.
Providencialmente la inesperada llegada del patrón Couttolenc provocó la huida de los malhechores.
Al cumplir dieciocho años, Vicente ya como un hombre hecho y derecho, retorna a la ciudad de Puebla para ocupar el puesto de Primer Contador de la Oficina General del Timbre a cargo de su nuevo jefe, don Joaquín Álvarez.
Vicente de dieciocho años.
Por aquellos días, su madre, doña
Dolores Cantú y Sotomayor, contrae segundas nupcias con un oficial militar, el
Capitán Antonio Nájera, con quién procreo dos hijos: Antonio y Alberto Nájera
Cantú que ahora serían medio hermanos de Vicente.
Por esos días Vicente comienza a
frecuentar a la familia Méndez Ponce y sintiendo mucha atracción por la
señorita Dolores, aquella chiquilla que lo llevó sobre sus piernas a bordo de
la volanta en un viaje entre Puebla y Cholula cuando él era todavía un bebé.
No obstante que la familia Méndez se
opone a esa relación por la diferencia de edades siendo ella mayor que él y
pensando que los recursos económicos con los que él contaba el pretendiente, no
eran suficientes para que Dolores tuviera una forma de vida como con la que
estaba acostumbrada.
Fue precisamente el domingo 10 de octubre de 1880
cuando ella le correspondió oficialmente. Da constancia de esa fecha una prosa
manuscrita por Vicente y que obra en poder de sus herederos.
La señorita Dolores Méndez Ponce en
1878.
La boda se efectuó el 24 de noviembre
de 1881 en el Sagrario Angelopolitano en una desolada misa celebrada a las
cinco de la mañana con la ausencia de la familia Méndez representada únicamente
por los testigos designados por parte de ellos.
La nueva pareja fundó su domicilio en
la calle de Siempreviva y posteriormente se mudan a una mejor casa ubicada en
la calle de Carlos Pacheco equivalente a la 7 Poniente, en el número 300.
Con la idea de mejorar sus ingresos,
Vicente acepta un nuevo trabajo como Administrador de la Fábrica “La Alsacia” propiedad
de la familia Sánchez Gavito que fue fundada en el año 1844 y estaba ubicada en
la esquina de la calle de Palafox y Mendoza y calle de Aztecas, que hoy se define como Avenida Reforma y
calle 13 Norte, justo a un lado del
Santuario de Guadalupe.
Debido a que en la misma edificación de
la gran fábrica se contaba con un área destinada a la habitación del
Administrador y su familia, Vicente y Dolores decidieron mudarse a esas
habitaciones contenidas dentro del gran terreno que ocupaba la fábrica,
ahorrando así lo que normalmente gastaban por concepto de renta. Eso también le
fue propicio a Vicente para realizar sus estudios como Químico Colorista de
acuerdo al programa de la Universidad Mulhousel, el costo de éstos estudios
fueron patrocinados por “Química Industrial Bayer” y por “Badische Anilin &
Soda Fabrik” acreditándolos las escuelas de los Hermanos Maristas en México.
Corriendo el año de 1883 nace su primer
hijo, se trata de una niña a la que bautizan con el nombre de Herminia, quien a
los cinco días de nacida, el jueves 24 de mayo desgraciadamente muere. Posteriormente, el 23 de marzo de 1884 nace otra niña a la que llaman María Rebeca;
el sábado 13 de marzo de 1886 nace Roberto
y el tercero y último de la familia, a las seis de la tarde del 18 de
septiembre de 1887 y bautizado con el nombre de Enrique.
A principios de 1888 y con el deseo de
progresar, nuevamente se mudan y se mudan a otra fábrica, ahora se trata de la
fusión de dos importantes fábricas: “La Tlaxcalteca” y “El Valor”, las dos
ubicadas en la población de Papalotla en el estado de Tlaxcala.
Vicente iba como el Químico, Director y Administrador
de las dos fábricas, pero decidió vivir
en la casa dispuesta para ello en el área de la Fabrica “El Valor” con su
esposa Dolores y sus tres hijos. La experiencia y el desarrollo de su actividad
como Químico y el empeño que había puesto para entender y crecer en esa
especialidad, le habían hecho acreedor de tan importante cargo.
Vicente y su esposa Dolores
en 1890.
Gracias a eso, Vicente había progresado
mucho especialmente en la creación de un procedimiento para el logro y
desarrollo de la “Alizarina en tono Rojo Vivo” y sus derivaciones a tonalidades
cafés. A ese producto le dio la denominación debidamente registrada: “ROJO
ALIZARINA V.M., Núm. 33”.
El registro del procedimiento de ese
gran logro en el medio de los colorantes especialmente en el ámbito de las
fábricas de hilados y tejidos y en las dedicadas a las telas estampadas que
abundaban en los estados de Puebla y Tlaxcala le dio a Vicente mucho prestigio.
Después de trece años dedicado a los
colorantes especialmente elaborados para la industria textil y habiendo logrado
un buen número de fórmulas producto de sus conocimientos, don Vicente, ya
independizado y apoyado por sus dos hijos varones Roberto y Enrique, decide
fundar una pequeña planta textil a la que denominó “Fábrica La Luz”, por cierto
situada en el Callejón de San José y la rivera del Río de San Francisco, hoy en
día: 2 Norte y Avenida Héroes del 5 de Mayo.
Ese Callejón era conocido no
oficialmente como: “Paso de San José” probablemente por su cercanía con el
templo del mismo nombre y fue rebautizado oficialmente a iniciativa de don
Vicente Martínez Cantú con el nombre de Juan Padrés debido a la gran admiración
que sentía por ese personaje.
Juan Padrés fue un buen hombre, un
ciudadano ejemplar, tranquilo y amable
con sus vecinos, sin embargo, sorprendentemente, en aquellos terribles días de
1847 y 48 no tuvo que pensarlo, tomó las armas y valientemente participó en
contra de los soldados estadounidenses que ya se habían adueñado del Cuartel de
San José.
También se distinguió por su intensa
lucha a favor de diferentes planes y objetivos de orden social y político
debido a los conocimientos que logró cuando intentó estudiar jurisprudencia.
Por todo ello, era considerado y respetado como uno de los fundadores del
Partido Político Católico.
Después de esos aciagos días
postrevolucionarios, Padrés cayó en la pobreza y en la enfermedad atenido a la caridad pública de las personas
que habitaban en aquella área donde vivía, hasta el día de su muerte.
Su actividad en pro de ese partido le
llevó a gozar de reconocido prestigio, sobre todo cuando se logró un verdadero
triunfo en las elecciones municipales durante el gobierno del Presidente Francisco
I. Madero, desempeñándose como Regidor y apoyado muy cerca por ciertos
militantes entre quienes invariablemente destacaba don Vicente Martínez Cantú.
La fuerza que llegó a tener don Vicente
ante el propio presidente de la república don Francisco I. Madero propició que
se cruzaran correspondencia de tipo personal acerca de la labor que iba
desarrollando el Partido de acuerdo a los planes trazados sobre los cuales el
propio señor presidente tenía interés en su seguimiento.
En seguida transcribo algunas de las cartas que
dirigía puntualmente el señor presidente Madero a don Vicente Martínez Cantú.
Ésta última carta, la firmó el
Presidente Madero cuarenta y cuatro días antes de ser cobardemente asesinado
por ese maldito espécimen llamado Victoriano Huerta, conocido como “El Traidor”.
A la dramática caída del presidente Madero, tomó el mando en esa plaza el doctor y coronel Luís G. Cervantes y como segundo de a bordo el general Francisco Cos que era jefe de las fuerzas Obregonistas y que rápidamente se adueñó de los destinos de la ciudad. De inmediato ordenó la aprehensión de todos los miembros del Partido Político Católico siendo uno de los primeros apresados don Vicente Martínez Cantú.
Fue encarcelado en la penitenciaría de
la ciudad en calidad de aislado e incomunicado. Aún en esas condiciones, se
llegó a enterar que estaban por ingresar al estado de Puebla las fuerzas
Zapatistas comandadas por los generales Benjamín Argumedo e Higinio Aguilar y
ese hecho hacía todavía más incierta su suerte.
Como consecuencia de esa situación, se
presentaba otra peor, el terrible general Cos, tomó la decisión de fusilar a
todos los detenidos. Entonces fue que entró en defensa de don Vicente, el doctor Ernesto
Espinoza Bravo, persona muy distinguida que además gozaba de gran prestigio en
esa localidad. El doctor Espinoza solicitaba al general Cos concediera el
perdón y libertad para ese detenido ofreciendo a cambio y a modo de aval algo de dinero en monedas de oro y su
compromiso de que el detenido se abstendría de cualquier actividad de orden
político.
Don Vicente le vivió profundamente
agradecido al doctor Espinoza Bravo por su decidida actitud al haberse
enfrentado al valentón y petulante General Francisco Cos a favor de él,
salvándole la vida. El doctor Espinoza era un respetable hombre de negocios y padre de Manuel Espinoza
Iglesias quien años después le superaría
en ese mismo hemisferio como uno de los hombres más ricos y poderosos del país.
Así fue como don Vicente al recuperar
su libertad y dentro de la mayor
discreción posible, se pudo dedicar a tiempo completo a su trabajo como químico
experimentando sobre sus colorantes que desarrollaba en su planta fundada y
equipada para tal efecto.
En esa planta, don Vicente, apoyado por
sus dos hijos varones y un par de empleados, elaboraban hilaza que además teñían.
Al mismo tiempo elaboraban diferentes acabados en manta de algodón, producto que logró
rápidamente una gran aceptación en el mercado bajo el nombre de
“Marroneza”.
Así iban las cosas cuando debido al paso del
inclemente tiempo se fueron presentando los implacables acontecimientos plenos
de angustia y de tristeza.
Doña Dolores Méndez
Ponce de Martínez Cantú.
“Mamalola”.
Después de más de cuatro años de padecer glaucoma y habiendo llegado a una total ceguera, además de los achaques propios de la edad, la querida y ejemplar abuela Dolores, “Mama Lola”, pasó a mejor vida el 16 de marzo de 1918 a la edad de 72 años.
Don Vicente, sufre con gran pena y
conformidad su duelo y pasado un considerable tiempo, conversa con sus tres
hijos ya casados y acepta vivir temporalmente con la familia de su hija María
Rebeca y su esposo el licenciado Raúl Pimentel, padres de seis hijos, cuatro de
ellos ya casados.
Ese año de 1918 para toda la familia
fue un año lleno de penas y de irreparables ausencias. A los cuatro meses de la
muerte de la abuela Dolores, fallece una persona muy allegada a la familia,
doña Soledad Basoco Hernández de Tort, consuegra de Vicente y Dolores y que de
acuerdo a su turno en ésta historia ocupara su importante lugar como “Mamá
Chole” madre de Guadalupe, quien será la esposa de Enrique, el tercer hijo de
Vicente y Dolores.
Y para terminar con éste año de mal
agüero, el 24 de diciembre muere Esthercita que sería la primera hija de
Enrique, hijo de don Vicente y de Guadalupe
hija de la finada “Mamá Chole” y de don Damián Tort Rafols, Papá Man.
Don Vicente ya alejado de los colorantes y de los textiles,
comienza a ordenar y definir sus
pensamientos, sus nuevos objetivos y sus inclinaciones, y sin pretenderlo,
comienza a escribir y escribir sobre diferentes temas y conceptos de la vida.
Al mismo tiempo se decide y cede a sus tres hijos todos sus bienes.
Él, don Vicente, ya había profesado y
afianzado sus inclinaciones por su enorme fe de verdadero católico desde
aquellos años de 1912 y 13 en que militó definitiva y valientemente en pro del
Partido Católico y de eso dan constancia de su labor avalada y protegida las
cartas que le dirigía el presidente de
la república don Francisco Ignacio Madero.
Al adentrarse en el complejo escenario
de la teosofía y la filosofía, que lo llevó a otros interesantes terrenos solo
para mentes ampliamente capacitadas e inteligentes, descubrió que sus deseos
más profundos era ingresar al Seminario para que cumpliendo con esas fuertes
disciplinas pudiera ordenarse de sacerdote dentro de la religión católica. Así pues, el recién viudo ingresa al
Seminario y se apega y nutre intensamente de toda la información, disciplina,
programas, horarios y tareas por cumplir.
Así las cosas, don Vicente publica sus
primeros libros: en 1923 Abajo los Curas, en 1924 Cáncer Social.
Simultáneamente, Vicente, el Seminarista, logra, debido a lo rápido que va superando la aprobación de sus materias y su muy aceptable avance en cuanto al latín, una inusitada dispensa Papal que le permite ordenarse como Sacerdote de la Iglesia Católica, Apostólica Romana en breve tiempo. El Papa que desde Roma dio esa tan especial concesión fue el genovés Giacomo Paolo Giovanni, Benedicto XV.
Su primera Misa en el
templo de la Compañía de Jesús,
Ciudad de Puebla, 29
de mayo de 1922.
Su segunda Misa fue en la Capilla del
Convento de las piadosas Madres Trinitarias.
El 10 de marzo de 1923 presenta su
primer libro intitulado Abajo los Curas,
el 10 de marzo de 1924 da a conocer su segunda obra editorial Cáncer Social y de ahí en adelante no
interrumpe la presencia de una tras otra obra.
Continuó en 1925 con sus nuevas obras literarias: El Oscurantismo ante el Tribunal de las Ciencias y en el mismo año: Ocultismo y Teosofía y así siguió y siguió con nuevos temas y
títulos: El Oculto y Doloso enemigo del
Mundo, Superstición o Verdad, Una Mujer extraordinaria, Tópicos de Actualidad, Errores y Espiritismo y por
último: ¿Infinito?
Definitivamente la obra editorial y la
profundidad de sus distintos temas, tratados con auténtico conocimiento sobre
las Ciencias Naturales y Especulativas y con la enorme capacidad que le
permitía su envidiable inteligencia, fue un valioso legado que nos heredó a nosotros
sus semejantes.
Paralelamente, al margen de su participación como escritor, don Vicente, convertido ahora en el “Padre Vicente” o el “Padre Chentito”, cumplía con los compromisos que le demandaban las distintas posiciones y encargos que le señalaban sus superiores, entre ellos: Capellán del Hospital General; Capellán del Hospital del Corazón de Jesús; Capellán de la Parroquia de Santiago; Párroco de San Marcos; Auxiliar del Santuario de Guadalupe; Auxiliar del Señor Canónigo Alfredo Freyría en la Santa Basílica Catedral; Canónigo Honorario y Juez Eclesiástico de la Sagrada Mitra; Asistente Eclesiástico de la Asociación Católica Mexicana; Consejero del Seminario Palafoxiano de Puebla.
El Reverendo Padre Vicente.
El Padre Vicente, a la vez que cumplía con las tareas y cargos que le iban señalando, mantenía constante comunicación con los fieles que gravitaban en los distintos templos en donde él se asentaba por algún tiempo, particularmente con los que lo seguían mientras fue el Párroco de San Marcos, hermoso y antiguo templo edificado y muy bien conservado en la esquina de la Avenida Reforma y la 9 Norte, muy cerca del centro de esa bella ciudad…
Como era bien sabido entre la gente que simpatizaba con él, el Padre Chente que había sido casado y mientras vivió su esposa fue un ejemplar marido y además había sido padre de tres hijos a los cuales formó con mucha dedicación y buen ejemplo, pues lógicamente gozaba de un interesante crédito y prestigio en torno a los consejos que siempre daba especialmente a los matrimonios desavenidos a los que cotidianamente guiaba para corregir el camino y enmendar sus equivocadas reacciones.
Por ello y por ser una persona culta y buena, muy experimentada en la vida, de recio carácter y fuerte personalidad en contraste con su delgada figura, de baja estatura, casi endeble, la gente que le seguía y le buscaba simplemente lo adoraba.
También, el padre Vicente se obsesionaba con la gente descreída, la gente que por falta de la más elemental cultura se mostraba ajena y ciega y por sistema siempre en contra de los lineamientos, razones y dogmas que la iglesia católica tenía ampliamente instituidos.
El, siempre mostró mucho interés en buscar y conversar con ese tipo de personas actuando como un verdadero soldado al servicio de su religión y por ello fue sabido de mucha gente a la que volvió al redil, ganando mucha aceptación en el desarrollo de sus tareas.
Por todo lo anterior, el querido y respetado Padrecito Vicente, se ganó un mote que lo identificó cuando menos durante los últimos años de su existencia. La gente, sus fans y sus feligreses seguidores lo identificaban y nombraban hasta el final con el nombre de “Papito”, el querido y respetado “Padre Papito”.
El querido y reconocido químico especializado en colorantes, recordado como un buen esposo, viudo ejemplar, padre de tres hijos que resultaron ser gente de bien; inteligente y profuso escritor que fiel a sus creencias lo llevan a considerables niveles dentro de la profesión que elige para proseguir: el Sacerdocio.
El Reverendo Presbítero don Vicente Martínez Cantú, quien llegó a ser nombrado coloquialmente “Papito”, falleció por muerte natural, el 31 de marzo de 1938 a la edad de setenta y ocho años.
Como era bien sabido entre la gente que simpatizaba con él, el Padre Chente que había sido casado y mientras vivió su esposa fue un ejemplar marido y además había sido padre de tres hijos a los cuales formó con mucha dedicación y buen ejemplo, pues lógicamente gozaba de un interesante crédito y prestigio en torno a los consejos que siempre daba especialmente a los matrimonios desavenidos a los que cotidianamente guiaba para corregir el camino y enmendar sus equivocadas reacciones.
Por ello y por ser una persona culta y buena, muy experimentada en la vida, de recio carácter y fuerte personalidad en contraste con su delgada figura, de baja estatura, casi endeble, la gente que le seguía y le buscaba simplemente lo adoraba.
También, el padre Vicente se obsesionaba con la gente descreída, la gente que por falta de la más elemental cultura se mostraba ajena y ciega y por sistema siempre en contra de los lineamientos, razones y dogmas que la iglesia católica tenía ampliamente instituidos.
El, siempre mostró mucho interés en buscar y conversar con ese tipo de personas actuando como un verdadero soldado al servicio de su religión y por ello fue sabido de mucha gente a la que volvió al redil, ganando mucha aceptación en el desarrollo de sus tareas.
Por todo lo anterior, el querido y respetado Padrecito Vicente, se ganó un mote que lo identificó cuando menos durante los últimos años de su existencia. La gente, sus fans y sus feligreses seguidores lo identificaban y nombraban hasta el final con el nombre de “Papito”, el querido y respetado “Padre Papito”.
El querido y reconocido químico especializado en colorantes, recordado como un buen esposo, viudo ejemplar, padre de tres hijos que resultaron ser gente de bien; inteligente y profuso escritor que fiel a sus creencias lo llevan a considerables niveles dentro de la profesión que elige para proseguir: el Sacerdocio.
El Reverendo Presbítero don Vicente Martínez Cantú, quien llegó a ser nombrado coloquialmente “Papito”, falleció por muerte natural, el 31 de marzo de 1938 a la edad de setenta y ocho años.
Sus restos reposan junto a
los de su querida esposa bajo
el altar de la Parroquia de Santiago en la ciudad
de Puebla.
Descanse en Paz DON VICENTE
Descanse en Paz EL PADRE VICENTE
Descanse en Paz el ejemplar “PAPITO”
Descanse en Paz EL PADRE VICENTE
Descanse en Paz el ejemplar “PAPITO”
Descanse en Paz mi querido
BISABUELO!!!!.
Gabriel Abaroa Martínez.
********
Este documento, está totalmente basado en la acuciosa investigación hecha durante largo tiempo, con mucha dedicación, empeño y cariño por mi querido Tío Guillermo, Ingeniero Químico Guillermo Martínez Cantú y Tort, nieto de don Vicente Martínez Cantú.
que buena historia, por cierto tienes la portada o fotos de la obra literaria "El Oculto y Doloso enemigo del Mundo"??
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