domingo, 25 de junio de 2017

DANDO Y DANDO PAJARITO VOLANDO

     Le llamé a mi amigo Manuel para felicitarlo por su nuevo nombramiento, lo habían designado Director de una división importante dentro del gobierno de la república. Me invitó a que lo visitara y así lo hice, acudí al viejo edificio de la Procuraduría General de la República e ingresé por la entrada principal situada en la calle de López.

     Debido a la cantidad de retenes y revisiones me costó tiempo y paciencia para llegar al piso preciso y luego a su oficina. Desde el primer paso que di dentro del área de recepción de su oficina en donde se encontraban un par de tíos que ya me esperaban, me di cuenta de que el ambiente apestaba, todo se sentía viejo, oscuro, húmedo y sucio.

     Me anunciaron con el jefe y de inmediato me franquearon el paso. Le saludé con un efusivo abrazo y honradamente me sentí muy incómodo por el estado en que se encontraban los muebles, la alfombra, las cortinas, el plafón, la iluminación, los infectos aparatos telefónicos y hasta la vieja vitrina de madera y vidrio que resguardaba la bandera tricolor.

     Como yo sabía de la pulcritud y el concepto que tenía mi amigo de las cosas bien alineadas, limpias, ordenadas y siempre de buen gusto, me atreví a decirle que como era posible que hubiera aceptado asentarse en ese mugrero que más que lástima daba asco. El me contestó diciéndome que fue lo primero que expresó a quienes eran los jefes pero la respuesta había sido la clásica, la de cajón: Desgraciadamente no hay presupuesto y no hay para donde hacerse.  

     A lo largo de las dos siguientes semanas visité a Manuel un par de veces más para tomar un café y conversar un rato y así fue que me enteré que en unos días iba a ausentarse pues debía estar presente en una reunión de procuradores tanto locales como extranjeros. Esa congregación se iba a llevar a efecto en Cancún, Quintana Roo e iba a durar seis días.

     Yo esperé a la víspera de que todos esos personajes se trasladaran a ese agradable lugar y sin que mi amigo se enterara conseguí entrevistarme con el señor Director de Administración de esa institución Héctor Ortega San Vicente a quien plantee la posibilidad de aprovechar la ausencia del jefe Manuel comprometiéndome a renovar totalmente su oficina si me daba la oportunidad de trabajar de ser necesario de día y de noche en esa oficina durante esos seis días. El señor Ortega San Vicente me dijo lo que yo ya sabía que me iba a plantear: lo siento, no tenemos presupuesto.

     Entonces le hice una proposición, yo podía comprometerme de cubrir el costo de la obra si podía contar con su palabra de que se me reembolsarían los gastos cuando hubiera los fondos disponibles. A esa proposición la respuesta fue aprobatoria por parte de el y por la mía, la solicitud de que me apoyara para que fuera lo más breve el tiempo para recuperar el equivalente a los gastos. Una condición por parte de él era que debía presentar una relación ordenada de los comprobantes de los materiales, muebles y equipamiento por necesitar, haciendo la recomendación de cumplir con los requerimientos de RFC y demás obligaciones d tipo fiscal y administrativas.

     Yo me sentí muy complacido por el trato hecho y a las primeras horas del día en que se ausentaron los funcionarios, mi equipo le entró con decisión y conciencia para terminar puntualmente en esos seis días.

     Primero sacamos todo lo que podía considerarse como basura, alfombras, cortinas, plafones, lámparas, picaportes y hasta la urna y el asta de la bandera sin la bandera.

     El equipo que elegí digno de toda mi confianza y superando todos los requerimientos necesarios para entrar y salir del edificio, se fajó trabajando sin límite de horario y en algunos casos trabajando por la noche.

     Cuando se reiniciaron las labores de esa oficina y Manuel llegó a su casi muladar se quedó pasmado a la vez que comentaba a don Héctor Ortega: le puedo asegurar mi querido señor director que quien hizo esto fue mi amigo Gabriel Abaroa.

     Tomó el teléfono, me llamó y me dio las más expresivas gracias. Al día siguiente lo visité para que me invitara el obligado café y con un abrazo me agradeció el cambio en su importante ámbito para desarrollar  a gusto su trabajo.   

     Corrieron unas cuatro semanas y felizmente entro la llamada de don Héctor Ortega en la que me comunicaba que podía pasar a la caja a retirar el cheque que me correspondía, yo le agradecí y pretendí despedirme cuando el añadió: oiga arquitecto, le ruego que no vaya a mandar a ninguna persona aunque esté autorizada para hacerlo, la verdad es que quiero hablar con usted de otro asunto que estoy seguro le va a agradar. Acepté su sugerencia y al día siguiente me presenté en la Caja a retirar el documento y luego a saludarlo en su oficina.

     Me saludó muy cordialmente y me la soltó. Después de las frases de cajón me dijo que había aprendido de mí el concepto que tenía de la amistad y que eso le hacía estar seguro del tipo de persona que era yo, etc., etc. Terminando ese bombardeo de apapachos, me presentó con una persona que estaba con él ahí en su oficina desde antes de haberme recibido, se trataba del ingeniero Felipe Llera quien trabajaba ahí mismo en la institución y que respondiendo a mi pregunta me dijo que efectivamente era nieto del coautor de la bella canción mexicana La Casita, considerada ya como una muy antigua obra y que su abuelo como compositor de la música compartió la autoría con el autor de la letra don Manuel José Othón.

     Después de ese coloquio musical, que para ambos sirvió para hacer una nueva amistad, don Héctor entró a tocar el punto real de esa cita y fue el siguiente: Me estaba haciendo una formal invitación para participar en un concurso cerrado en torno al proyecto integral, arquitectónico y estructural del nuevo edificio de la Procuraduría General de la República que debía construirse en Paseo de la Reforma esquina con las calles de Violeta y Pedro Moreno, justo frente a la glorieta a Simón Bolívar en la Colonia Guerrero de la Ciudad de México.

     El proyecto no se estaba dando con carácter de concurso abierto sino por asignación. De cualquier modo quería enterarme que también se le estaba invitando al arquitecto Jorge Campuzano F., propietario de la constructora Roca y además cuñado del reconocido arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.

     Yo de momento me quedé medio petrificado pero consideré que era obligado agradecer la invitación y además aceptarla. Había un tiempo ya definido para presentar nuestro correspondiente trabajo que incluía un estudio de acuerdo a los datos que arrojara la obligada investigación de datos que determinaran las características resultantes para poder traducirlos a un número determinado de espacios y sus correspondientes ligas de comunicación; un estudio preliminar de mecánica de suelos en esa área, un número de cartulinas conteniendo la solución arquitectónica en cada una de las plantas  resultantes, igual que los cortes transversales, longitudinales y las correspondientes perspectivas. Para complementar lo anterior, había que presentar también la maqueta correspondiente. 

     Yo solicité que me enteraran de que tiempo disponía para aceptar,  para poder comprometerme a entregar el proyecto ejecutivo completo en la fecha designada. Se me dio el dato y pretendí despedirme cuando se me enteró que el ingeniero Llera tenía el encargo de habilitarme de toda la información de como estaban integrados los distintos departamentos en cuanto a personal, mobiliario y equipo  que iban a ocupar el nuevo edificio. 

     Me retiré muy impresionado por semejante invitación pero con la seguridad de que iba yo a aceptar y con la fe de que me lo iba yo a llevar. Me encerré tres días con mi personal de apoyo para medir mis fuerzas, checamos los posibles avances y los probables contratiempos, visitamos varias veces el sitio en donde se iba a construir el nuevo edificio y después de tener ya una definida perspectiva del paquete que significaba nuestro compromiso, acudí personalmente a la oficina de don Héctor, entregue mi aceptación por escrito y esperamos el veredicto de la institución oficial, luego las obligadas firmas y para concluir, el banderazo para iniciar……y así fue que empezamos.

     A los sesenta días y justo tres días antes de las fecha marcada como límite, entregamos el expediente con relación a las condiciones marcadas, información resultante de la  investigación, seis cartulinas ilustración completas dibujadas a tinta y con detalles a color y como complemento a lo arquitectónico, el criterio estructural con base en un somero estudio de mecánica de suelos definiendo el tipo de cimentación, los elementos estructurales de acuerdo a las condiciones y características de las cargas y los claros para poder resolver adecuadamente los dos pisos de estacionamiento subterráneos, el control de los niveles friáticos, el diseño de los pilotes producto de la baja capacidad de carga de ese tipo de terreno, etc., etc. 

En pleno Paseo de la Reforma de la Cd. de México    


Una de las siete plantas    


El edificio visto desde P. de la Reforma    


     Esperamos dos angustiantes semanas y por fin recibimos la llamada, habíamos salido triunfadores del estresante compromiso y la desesperante espera. Pudimos dar curso a todo lo correspondiente en cuanto al finiquito de nuestra participación, pudimos cobrar el proyecto y después, unas semanas mas tarde, recibimos la visita del ingeniero Carranza director de la Constructora Structum que había ganado el concurso para construir el edificio. El referido ingeniero nos visitó para solicitarnos que como autores del proyecto aceptáramos asesorar a su personal técnico para llevar a efecto la obra. Nosotros aceptamos con mucho gusto.

     Yo no comprendo porqué nuestras leyes no permiten que el autor del proyecto, pueda también ser el constructor. Nada sería más sano que asi fuera porque nadie conoce los detalles y pormenores del caso que el autor del proyecto, pero así está instituido y así seguirá.

     Cuando todo concluyó, hice un repaso de como sucedieron las cosas y la verdad es que el origen de todo ello, fue el estado de mugre y vergüenza de las oficinas de mi amigo Manuel que como es muy limpio, alineado y cuidadoso pensé que no iba a poder soportar tal desastre, pero antes de hacer nada se le atravesó su amigo aquí presente que además de que le gusta trabajar disfrutando renovando espacios casi perdidos instalando cosas nuevas y de buen gusto, “ni las cobra ni las paga, sino todo lo contrario”. (palabras de LEA). 

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