Le llamé a mi amigo Manuel para felicitarlo
por su nuevo nombramiento, lo habían designado Director de una división importante
dentro del gobierno de la república. Me invitó a que lo visitara y así lo hice,
acudí al viejo edificio de la Procuraduría General de la República e ingresé
por la entrada principal situada en la calle de López.
Debido a la cantidad de retenes y
revisiones me costó tiempo y paciencia para llegar al piso preciso y luego a su
oficina. Desde el primer paso que di dentro del área de recepción de su oficina
en donde se encontraban un par de tíos que ya me esperaban, me di cuenta de que
el ambiente apestaba, todo se sentía viejo, oscuro, húmedo y sucio.
Me anunciaron con el jefe y de inmediato me
franquearon el paso. Le saludé con un efusivo abrazo y honradamente me sentí
muy incómodo por el estado en que se encontraban los muebles, la alfombra, las
cortinas, el plafón, la iluminación, los infectos aparatos telefónicos y hasta
la vieja vitrina de madera y vidrio que resguardaba la bandera tricolor.
Como yo sabía de la pulcritud y el concepto
que tenía mi amigo de las cosas bien alineadas, limpias, ordenadas y siempre de
buen gusto, me atreví a decirle que como era posible que hubiera aceptado
asentarse en ese mugrero que más que lástima daba asco. El me contestó
diciéndome que fue lo primero que expresó a quienes eran los jefes pero la respuesta
había sido la clásica, la de cajón: Desgraciadamente no hay presupuesto y no
hay para donde hacerse.
A lo largo de las dos siguientes semanas
visité a Manuel un par de veces más para tomar un café y conversar un rato y
así fue que me enteré que en unos días iba a ausentarse pues debía estar
presente en una reunión de procuradores tanto locales como extranjeros. Esa
congregación se iba a llevar a efecto en Cancún, Quintana Roo e iba a durar
seis días.
Yo esperé a la víspera de que todos esos
personajes se trasladaran a ese agradable lugar y sin que mi amigo se enterara
conseguí entrevistarme con el señor Director de Administración de esa
institución Héctor Ortega San Vicente a quien plantee la posibilidad de
aprovechar la ausencia del jefe Manuel comprometiéndome a renovar totalmente su
oficina si me daba la oportunidad de trabajar de ser necesario de día y de
noche en esa oficina durante esos seis días. El señor Ortega San Vicente me
dijo lo que yo ya sabía que me iba a plantear: lo siento, no tenemos
presupuesto.
Entonces le hice una proposición, yo podía comprometerme
de cubrir el costo de la obra si podía contar con su palabra de que se me
reembolsarían los gastos cuando hubiera los fondos disponibles. A esa
proposición la respuesta fue aprobatoria por parte de el y por la mía, la
solicitud de que me apoyara para que fuera lo más breve el tiempo para recuperar
el equivalente a los gastos. Una condición por parte de él era que debía
presentar una relación ordenada de los comprobantes de los materiales, muebles y
equipamiento por necesitar, haciendo la recomendación de cumplir con los requerimientos
de RFC y demás obligaciones d tipo fiscal y administrativas.
Yo me sentí muy complacido por el trato
hecho y a las primeras horas del día en que se ausentaron los funcionarios, mi
equipo le entró con decisión y conciencia para terminar puntualmente en esos
seis días.
Primero sacamos todo lo que podía
considerarse como basura, alfombras, cortinas, plafones, lámparas, picaportes y
hasta la urna y el asta de la bandera sin la bandera.
El equipo que elegí digno de toda mi
confianza y superando todos los requerimientos necesarios para entrar y salir
del edificio, se fajó trabajando sin límite de horario y en algunos casos
trabajando por la noche.
Cuando se reiniciaron las labores de esa
oficina y Manuel llegó a su casi muladar se quedó pasmado a la vez que
comentaba a don Héctor Ortega: le puedo asegurar mi querido señor director que
quien hizo esto fue mi amigo Gabriel Abaroa.
Tomó el teléfono, me llamó y me dio las más
expresivas gracias. Al día siguiente lo visité para que me invitara el obligado
café y con un abrazo me agradeció el cambio en su importante ámbito para
desarrollar a gusto su trabajo.
Corrieron unas cuatro semanas y felizmente
entro la llamada de don Héctor Ortega en la que me comunicaba que podía pasar a
la caja a retirar el cheque que me correspondía, yo le agradecí y pretendí
despedirme cuando el añadió: oiga arquitecto, le ruego que no vaya a mandar a
ninguna persona aunque esté autorizada para hacerlo, la verdad es que quiero
hablar con usted de otro asunto que estoy seguro le va a agradar. Acepté su
sugerencia y al día siguiente me presenté en la Caja a retirar el documento y
luego a saludarlo en su oficina.
Me saludó muy cordialmente y me la soltó.
Después de las frases de cajón me dijo que había aprendido de mí el concepto
que tenía de la amistad y que eso le hacía estar seguro del tipo de persona que
era yo, etc., etc. Terminando ese bombardeo de apapachos, me presentó con una
persona que estaba con él ahí en su oficina desde antes de haberme recibido, se
trataba del ingeniero Felipe Llera quien trabajaba ahí mismo en la institución
y que respondiendo a mi pregunta me dijo que efectivamente era nieto del
coautor de la bella canción mexicana La Casita, considerada ya como una muy antigua obra y que su abuelo como compositor
de la música compartió la autoría con el autor de la letra don Manuel José
Othón.
Después de ese coloquio musical, que para
ambos sirvió para hacer una nueva amistad, don Héctor entró a tocar el punto
real de esa cita y fue el siguiente: Me estaba haciendo una formal invitación
para participar en un concurso cerrado en torno al proyecto integral, arquitectónico
y estructural del nuevo edificio de la Procuraduría General de la República que
debía construirse en Paseo de la Reforma esquina con las calles de Violeta y Pedro
Moreno, justo frente a la glorieta a Simón Bolívar en la Colonia Guerrero de la
Ciudad de México.
El proyecto no se estaba dando con carácter
de concurso abierto sino por asignación. De cualquier modo quería enterarme que
también se le estaba invitando al arquitecto Jorge Campuzano F., propietario de
la constructora Roca y además cuñado del reconocido arquitecto Pedro Ramírez
Vázquez.
Yo de momento me quedé medio petrificado
pero consideré que era obligado agradecer la invitación y además aceptarla.
Había un tiempo ya definido para presentar nuestro correspondiente trabajo que
incluía un estudio de acuerdo a los datos que arrojara la obligada investigación
de datos que determinaran las características resultantes para poder
traducirlos a un número determinado de espacios y sus correspondientes ligas de
comunicación; un estudio preliminar de mecánica de suelos en esa área, un
número de cartulinas conteniendo la solución arquitectónica en cada una de las
plantas resultantes, igual que los
cortes transversales, longitudinales y las correspondientes perspectivas. Para
complementar lo anterior, había que presentar también la maqueta
correspondiente.
Yo solicité que me enteraran de que tiempo
disponía para aceptar, para poder
comprometerme a entregar el proyecto ejecutivo completo en la fecha designada.
Se me dio el dato y pretendí despedirme cuando se me enteró que el ingeniero
Llera tenía el encargo de habilitarme de toda la información de como estaban
integrados los distintos departamentos en cuanto a personal, mobiliario y
equipo que iban a ocupar el nuevo
edificio.
Me retiré muy impresionado por semejante
invitación pero con la seguridad de que iba yo a aceptar y con la fe de que me
lo iba yo a llevar. Me encerré tres días con mi personal de apoyo para medir
mis fuerzas, checamos los posibles avances y los probables contratiempos,
visitamos varias veces el sitio en donde se iba a construir el nuevo edificio y
después de tener ya una definida perspectiva del paquete que significaba
nuestro compromiso, acudí personalmente a la oficina de don Héctor, entregue mi
aceptación por escrito y esperamos el veredicto de la institución oficial,
luego las obligadas firmas y para concluir, el banderazo para iniciar……y así
fue que empezamos.
A los sesenta días y justo tres días antes de
las fecha marcada como límite, entregamos el expediente con relación a las
condiciones marcadas, información resultante de la investigación, seis cartulinas ilustración
completas dibujadas a tinta y con detalles a color y como complemento a lo
arquitectónico, el criterio estructural con base en un somero estudio de
mecánica de suelos definiendo el tipo de cimentación, los elementos
estructurales de acuerdo a las condiciones y características de las cargas y
los claros para poder resolver adecuadamente los dos pisos de estacionamiento
subterráneos, el control de los niveles friáticos, el diseño de los pilotes
producto de la baja capacidad de carga de ese tipo de terreno, etc., etc.
En pleno Paseo de la Reforma de la Cd. de México |
Una de las siete plantas |
El edificio visto desde P. de la Reforma |
Esperamos dos angustiantes semanas y por
fin recibimos la llamada, habíamos salido triunfadores del estresante
compromiso y la desesperante espera. Pudimos dar curso a todo lo
correspondiente en cuanto al finiquito de nuestra participación, pudimos cobrar
el proyecto y después, unas semanas mas tarde, recibimos la visita del
ingeniero Carranza director de la Constructora Structum que había ganado el
concurso para construir el edificio. El referido ingeniero nos visitó para
solicitarnos que como autores del proyecto aceptáramos asesorar a su personal
técnico para llevar a efecto la obra. Nosotros aceptamos con mucho gusto.
Yo no comprendo porqué nuestras leyes no
permiten que el autor del proyecto, pueda también ser el constructor. Nada
sería más sano que asi fuera porque nadie conoce los detalles y pormenores del
caso que el autor del proyecto, pero así está instituido y así seguirá.
Cuando todo concluyó, hice un repaso de como
sucedieron las cosas y la verdad es que el origen de todo ello, fue el estado
de mugre y vergüenza de las oficinas de mi amigo Manuel que como es muy limpio,
alineado y cuidadoso pensé que no iba a poder soportar tal desastre, pero antes
de hacer nada se le atravesó su amigo aquí presente que además de que le gusta trabajar
disfrutando renovando espacios casi perdidos instalando cosas nuevas y de buen
gusto, “ni las cobra ni las paga, sino todo lo contrario”. (palabras de LEA).
Saludos siempre un gusto leer sus anécdotas
ResponderBorrarSusana medina del campo