martes, 20 de enero de 2015

CARLOS GARDEL

TU SABÍAS QUE…….

Carlos Gardel, el famoso,  querido y admirado cantor y autor de tangos, no era argentino pues nació en Toulouse, Francia. El nacimiento fue el 11 de Diciembre de 1887. Toulouse es una antigua población ubicada en un punto denominado Languedoc, próximo a los Pirineos y muy cerca de Provenza, tierra ancestral de auténticos trovadores. (Cabe hacer notar que hay discrepancia en cuanto al año en que nació; 1883, 1887 y 1890 y en relación al lugar de su nacimiento, pues los uruguayos sostienen que nació en una población uruguaya llamada Tacuarembo).

Cuando apenas contaba con cuatro añitos, fue llevado a la Argentina por su madre doña Bertha Gardés quien había decidido emigrar en 1891 con la intención de mejorar su forma de vida radicándose en Buenos Aires en una vieja casona de la calle de Uruguay (hoy Sarmiento) entre Cangayo y Cuyo.

Su verdadero apellido era Gardés, pero decidió cambiarlo por considerarlo más amable al oído. Por otro lado, “El Zorzal Criollo” o “El Morocho”, como solía conocérsele, mostró desde pibe una gran inclinación a todo lo relacionado con la farándula pero desgraciadamente demasiado pobre para poder comprar una entrada aunque fuera para “el paraíso”, como popularmente se refería uno a  la “Gayola” o a la Galería.

Por fin, el joven Carlitos encontró la forma de colocarse como “invitado de relleno” que eran personas situadas estratégicamente entre las piernas del foro  y las bambalinas para armar boruca en determinados momentos o allá en la “gallera” para que aplaudiendo provocaran el aplauso al actor que lo requería sin merecerlo pero que necesitaba darse a conocer.

Así transcurre su adolescencia y descubre que es dueño de una privilegiada garganta y una gran sensibilidad en el alma. Su agradable voz de barítono por lo regular acompañado por una guitarra se amolda y se adapta a un estilo muy particular, dando a las canciones criollas un sello inconfundible.

Allá por 1910 por un gran amigo llamado Pellicer se entera de que el tenor José Razzano quien cantaba estupendos tangos en  la barra del Café del Pelado, donde había expresado muy petulantemente que deseaba encontrarse con el tal Morocho, pues deseaba bajarle los humos en alguna musical contienda.

Pasó un añito y por fin en 1911 se efectuó el anunciado encuentro. Desde el primer momento brotó una chispa de mutua simpatía entre los payadores. Cantaron magistralmente y se despidieron en forma amistosa sellando una tácita y perenne amistad.

Carlos Gardel pronto correspondió a aquella invitación e invita a José Razzano a cantar a dúo, acontecimiento muy exitoso que encendió el deseo para hacer una gira por todo el país, cosechando aplausos y simpatía pero muy poco dinero.

Un buen día, ambos conocieron a don Pancho Taurel, hombre rico y generoso que se declaró como un gran admirador de los dos cantantes y que se convirtió en cierta forma en su mecenas.

Así corrió el tiempo hasta que la edad y la mala suerte traicionaron a Razzano quién en una ocasión no pudo cumplir con el compromiso contraído y para cantar en una elegante confitería llamada  El Perú continuando la fiesta en otro elegante templo de placer de sabor parisiense llamado Armenoville. Como consecuencia de todo lo anterior, Gardel-Razzano, como dueto, disfrutan de una inusitada oportunidad, un contrato con una compensación de setenta pesos. La felicidad fue mayor cuando se les aclaró que los setenta eran diarios.

De ahí, el dueto inició una gira presentándose en los teatros de Bogotá, Montevideo, Sao Paulo, Río de Janeiro, Madrid y París en donde los distintos públicos disfrutaron sus preciosas canciones pamperas.

En el invierno de 1925 llega a Buenos Aires un príncipe de sangre azul, se trataba de Eduardo VIII de Inglaterra, heredero de la corona, quien aplaudió a rabiar durante esa fiesta de carácter criollo.

A fines de ese año, Razzano se siente mal, comienza a notar la decadencia de su voz y resuelve suspender sus participaciones, proponiéndole a Gardel que cumpla con sus compromisos en Europa mientras el procura reponerse.  Aunque Carlos Gardel en principio se opone, por fin acepta y va solo.


Estando en París se le presenta la oportunidad de participar en la filmación de una película que resultó ser un gran éxito comercial, porque sin duda ya se había impuesto en España, en la Ciudad Luz y posteriormente en la Meca del Cine en los Estados Unidos en donde cosecha éxitos y dólares. En los estudios de la Paramount, uno de los directores expresó: Carlos Gardel canta con una lágrima en la garganta.


Carlos Gardel en los años treintas.

Después de una larga ausencia, regresa a Nueva York el 12 de enero de 1935 y es llevado a la cárcel por el “delito” de presentar en sus espectáculos música criolla contraviniendo al absurdo reglamente neoyorquino.

Posteriormente prosiguió con su gira por  San Juan de Puerto Rico, Curazao, Caracas y finalmente Barranquilla, Cartagena y Medellín. La gira la termina con una presentación apoteótica en Bogotá, al grado de que en su recibimiento el incontenible público invade las pistas del aeropuerto obstaculizando que el avión pudiera llegar al sitio de costumbre para desembarcar al pasaje.

El popular y querido cantante de inolvidables tangos y milongas quien siempre fue clasificado como Tenor ligero, inexplicablemente en su última etapa, (1934) cambió su tesitura a la de Barítono.

Gardel había dejado pendientes dos contratos por cumplir en Nueva York pero por otro lado ya tenía un enorme deseo de volver a Buenos Aires. Ese sentimiento de volver a casa lo reflejaba en sus últimas presentaciones en donde imprimía una rara emoción por su regreso que se sentían en determinadas canciones. Los biógrafos del artista aseguran que presintió su muerte.

Por aquellos días, de las canciones con las que sin duda más se le identificaba, podemos referir en forma escueta los siguientes versos:

       Viejo barrio
perdona si al evocarte
se me escapa un lagrimón…
+
Mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver
+
Volver
con la frente marchita
las nieves del tiempo
platearon mi sien.


El avión que abordó Gardel para no volver jamás.

Adiós a Bogotá, el 2 de Julio de ese 1935 saldría en un avión expreso sin saber que se trataba de su último viaje, del irremediable  viaje sin regreso.

A la salida de su hotel, las cámaras de la prensa captaron  la amplia  y cordial sonrisa propia de su carácter caballeresco y simpático, eran las últimas de su vida.  Un abrazo cálido a Nicolás Díaz, su amigo y colaborador que tuvo que desistir de abordar la nave por algo que surgió de improviso a última hora.

Al hacer escala en Medellín, el aterrizaje fue un poco estresante porque no se efectuó con suavidad sino un poco fuera de lo que es normal.

A los pocos minutos el avión volvió a calentar los motores y después del taxeo para llegar a la pista, se detuvo, esperó la señal de “adelante” y comenzó a correr para alcanzar la velocidad para hacerse al aire. De pronto, cuando el avión se encarreraba, sorpresivamente se inclinó sobre uno de sus costados perdiendo el rumbo y sin control alguno detuvo su incontrolable carrera al estrellarse en contra de otra nave que ostentaba el nombre de “Manizales” y  que se encontraba en posición de alto esperando que el avión de Gardel despegara.

El choque fue simplemente espantoso, certero, dantesco. En el mismo instante de la colisión sucedió una gigantesca explosión y el fuego que envolvió a las dos naves.

Así, con la misma y sorpresiva rapidez, se extinguió para siempre la presencia del  Cenzontle Criollo que llevó a distintas latitudes en el mundo el sentimiento y el alma de la tierra del Plata.

Fue una muerte violenta, imprevista, espectacular ante miles de admiradores que apenas podían creer que Carlos Gardel había dejado de existir.  El artista murió sin transiciones y sin agonía, no podía haber sido en otra forma porque así mueren los héroes de leyenda, así ingresan los dioses mitológicos a la inmortalidad. 


Unos tangos y una foto, recuerdos imperecederos de Gardel

  Carlos Gardel, gracias por seguir cantando y cada día mejor!


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