TU SABÍAS QUE…
Ludwig
Van Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en Bonn, Alemania y falleció a los 57 años el 26 de marzo de 1827
a orillas del Danubio en Viena, capital de Austria.
Siendo
todavía un niño, sus padres, Johann Van Beethoven (1740-1792) y María Magdalena
Keverich (1746-1787) deseaban que su hijo lograra las hazañas del prodigioso
Wolfgang Amadeus Mozart que a la edad de 14 años ya ofrecía estupendos conciertos.
El
padre de Ludwig era un tenor borracho y sin talento, la madre, una humilde
mujer de oficio criada, hija de un cocinero y viuda en primeras nupcias de un
lacayo. Causa asombro pensar como de
tales orígenes hubiera resultado un ser de tanto talento y de tanto valor moral y artístico.
Como el vicio de la
embriaguez ha hecho de su padre un verdadero degenerado, el joven Ludwig se ve
en el penoso caso de acudir a los tribunales en demanda de la inhabilitación
del autor de sus días, para evitar que continuara dilapidando los pocos
recursos que quedaban disponibles para la manutención de la familia.
Ludwig Van Beethoven
niño.
El
niño-puberto Ludwig con mucho empeño y grandes sacrificios, logra ir sorteando
los obstáculos que se le van presentando y además de ver por su familia logra
estudiar piano, armonía, contrapunto y composición. Desde siempre se revela
como un artista muy temperamental, verdaderamente excepcional. Su dedicación y
amor por la música, le llevan a dar a conocer sus primeras obras que muy
merecidamente le generan lo suficiente para vivir con discreción y además
cuando podía, ayudar a sus amigos. Él decía: “Ninguno de mis amigos debe
carecer de lo indispensable en tanto que yo tenga algo que pueda compartir con
él”.
Lo
que no pudo evitar fue que se le presentara un nuevo e inevitable martirio, a
los veintiséis años comenzó a tener problemas por la deficiencia auditiva y lo
más grave fue que se le diagnosticó como progresiva. Él pensaba para sí mismo: “Os
imagináis que sería de mi como músico si no pudiera oír mi propia música?”
En cuanto a los amores, llegó el momento de su
primer romance, se enamoró de una joven llamada Julieta Guicciardi, una
muchacha frívola, indigna de ser amada por un hombre de gran genio y que jamás
hubiera pasado a la posteridad a no ser por la dedicatoria de la sonata Claro de Luna. Además, Julieta era egoísta
y coqueta y después de haber despreciado al joven Ludwig tan enamorado de ella
se casó con el Conde de Gallemberg. Esto
no fue un óbice para que Julieta, sin el menor escrúpulo, se aprovechara más tarde el aquel antiguo
amor para pedirle un servicio en favor de su marido; Beethoven accedió a lo que
se le solicitaba, superando con todo profesionalismo aquellas malas y
tendenciosas pasiones.
Ludwig en plena
juventud.
Otro
de sus grandes amores fue una bella joven de nombre Josephine Brunswick,
relación que aunque fue a la buena, tampoco progresó.
Beethoven era
demócrata por convicción, sus ideas republicanas fueron harto conocidas y le
ocasionaron serios sinsabores. Admiraba a Napoleón Bonaparte porque creía que
él podía hacer algo de Francia, una república con sufragio universal por lo
cual le dedicó su tercera sinfonía, La Heroica
a la que intituló “Bonaparte”, pero una
vez que se enteró que Napoleón se había Coronado Emperador, rompió en pedazos
esa dedicatoria quedando vigente y en forma de leyenda: “Sinfonía Heroica, para
celebrar el recuerdo de un gran hombre”.
Beethoven, artista y
hombre maduro.
Una
verdadera conquista de Beethoven en favor de sus compañeros músicos y
compositores fue lograr que ya nunca más se les considerara como parte de su
personal de servicio. En ese entonces, un Beethoven, un Mozart, solamente se
exhibía personalmente ante la aristocracia a la hora de ofrecer su actuación
musical. Además, los amos eran quienes disponían las obras que deseaban oír y
si fuera necesario repetir dos o tres veces una obra, había que doblegarse y
hacerlo. Fuera de ese tiempo, se debía conservar confundido con el personal de
servicio, es más cuando esos artistas consumían sus alimentos era precisamente
en las mesas que dentro de la cocina ocupaban cotidianamente los cocineros,
lacayos, garroteros, criados y mozos en general.
A partir del momento
en que Beethoven puso sus condiciones y le fueron aceptadas, no volvió a
repetirse ese indigno acto. Sus
convicciones eran tan firmes, que en una ocasión en que paseando por la Alameda
del Balneario Teplice caminaba
acompañado de su amigo el notable y respetable compositor Johan Wolfgang von
Goethe, se encontraron frente a frente con la Emperatriz María Luisa de Austria
con su familia y su corte.
Goethe
se hizo a un lado, se descubrió y sombrero en mano y haciendo la acostumbrada
reverencia respetuosamente saludó, en cambio, Beethoven, sin reducir el paso e
impasible, se abotonó la levita y con los brazos a la espalda continuó su
camino provocando que los nobles se apartaran para franquearle el paso.
Más
adelante, Ludwig esperó a que Goethe estuviera nuevamente a su lado y rápido le
dijo que le avergonzaba y le reprochaba su actitud de lacayo. Para terminar el
regaño agregó: “Muchas personas nos parecen grandes porque equivocadamente las
contemplamos de rodillas”.
La
obra de Beethoven es inmensamente grande en importancia y en cuanto al número
de tan diversas obras que integran el invaluable acervo que heredó a la
humanidad toda.
La
única Ópera que escribió fue Leonore que
por ciertas razones se vio comprometido y muy contrariado a cambiar de nombre
por: Fidelio y que por cierto se
estrenó el 20 de noviembre de 1805.
A
partir de ese año, Beethoven reactivó su actividad creadora que se puede sintetizar en: 32 Sonatas para Piano, 16
Cuartetos, 7 Tríos, 10 Sonatas para Violín y Piano, 5 Conciertos para piano y
orquestas y 9 Sinfonías, incluyendo la
Tercera en mi mayor conocida como La Heroica y la Quinta en do menor, cuyo
cuarto movimiento está basado en la Oda a
La Alegría. Podemos referirnos
muy especialmente a su Obertura Coriolano
y a su bagatela para piano Para Elisa.
Dentro
de sus sinfonías, destacan la Quinta y
la Sexta, La Pastoral. Uno de sus
últimos conciertos que ofreció Beethoven fue el 22 de diciembre de 1808. Para
nuestro personaje fue de gran importancia haber conocido en 1823 a otro grande,
a otro genio de la composición y espléndido pianista, Franz Liszt. (1811-1886)
Este
gran genio, tan merecidamente famoso en la historia de la humanidad, murió el
26 de marzo de 1827 y sus funerales se llevaron a cabo en la iglesia de la
Santa Trinidad que por cierto se localizaba a unas dos calles de su casa, donde
murió.
Durante
la misa se interpretó el Réquiem en re menor genial obra de Wolfgang Amadeus
Mozart. En esa memorable ocasión acudieron llenando la gran plaza situada al
frente del templo unas veinte mil personas. Entre muchas celebridades y cerca
del ataúd, se le vio durante la ceremonia a otro gran genio, Franz Peter Schubert.
A las puertas del
Cementerio Zentralfriedhof de Viena, posteriormente llamado: Schubert Park, el
actor Itenrich Anschütz leyó la oración fúnebre escrita por el poeta Franz
Grillparzer Beet. Minutos después, Ludwig
Van Beethoven fue sepultado.
El monumento erigido
sobre su sepulcro.
El
monumento erigido sobre la tumba que guarda los restos del gran genio, consta
de una columna obelisco de trazo piramidal en cuya base reza el nombre
“BEETHOVEN”
a media altura, la
imagen de una dorada lira sugiriendo la presencia de la Música.
Ludwig Van Beethoven,
Gracias por haber nacido.
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