Llegó la Semana Santa y no obstante las
provincianas costumbres, dos de mis primos, dos amigos y yo, conseguimos
el permiso para ir de excursión a un lugar del que muy poco se sabía y que se
llamaba Casitas que se localizaba muy cerca de Nautla y que era un
sitio además de bonito muy barato y que se comía muy bien.
Para allá salimos y llegamos a Teziutlán
todavía en el estado de Puebla. Ahí, visitamos el Café Alcalá que presidía la
querida y respetable Tía Chabela quien nos invitó a comer y nos despidió para
continuar nuestro viaje. Por fin llegamos a Nautla en el estado de Veracruz y
para no llegar de noche, rapidito seguimos nuestro camino a Casitas.
En la playa de Casitas,Veracruz, nada de
nada
|
Alguien nos había dicho que Casitas era
un hermoso y pintoresco lugar, donde se comía muy bien y además era muy barato.
Pues la impresión que nos llevamos fue muy distinta. Llegamos a un pueblo donde
no había pueblo, las rústicas y escasas construcciones eran de madera y muy
frágiles. La playa sin ningún atractivo, delimitando un grisáceo mar
totalmente ausente de belleza y de turismo.
Por fin después de relacionarnos con
algunas personas, nos llevaron a un verdadero tejaban que funcionaba como
hotel. El WC afuerita y la regadera con manguera y aguita fría. Al día
siguiente la impresión fue más generosa con nosotros, la playa limpia, el día
soleado, el viento tranquilo y la milagrosa atención de alguien que nos
acercaba muy buenos platos para engullir junto con unas cervecitas bien frías y
por muy poco dinero. Los lugareños nos advirtieron que era un mar muy
traicionero porque la resaca era muy fuerte y que si nos queríamos meter que lo
hiciéramos atados a un cabo, (reata).
Para esa noche estaba anunciada la fiesta
anual, venía gente de otros lugares y si llegaba el conjunto de Simón “El
Jarocho”, habría baile, todo debajo de un tejabán.
Pues no obstante los estragos que nos hizo el
sol, acudimos a la fiesta en donde después de los músicos éramos como las
estrellas de la noche. Empezó el bailazo y las muchachas del lugar nos sacaron
a bailar a nosotros los visitantes.
Yo no se como le hice para desprenderme de
la que me eligió a mi porque además de bizca era cacariza y olía al puritito
sudor combinado con huitlacoche, así es que me le escapé, me trepé al estrado
de los músicos y atrás de ellos me divertí tocando el güiro.
El baile anual de Semana Santa en Casitas, Ver. |
y el bendito Güiro. |
Por lo mismo, y entre tantísima gente no me
di cuenta de que mis cuatro compañeros me comenzaron a buscar y buscar y se
salieron del lugar y armaron un señor jaleo que ya traían a una buena cantidad
de espontáneos ayudando a mi búsqueda. Llegaron a pensar que a la luz de la
luna me había metido al mar y el mar me había llevado.
Esa noche el mar estaba muy bravo |
Hubo
un momento en que bajé del templete y me acerqué a aquella bola de chismosos indagando
que había pasado y me dijeron que se había perdido uno de nosotros y que a lo
mejor se había metido al mar y se había “ogado”. En eso, saqué la antena y
pregunté no seré yo el que se “ogó”????............ Esa noche mis cuates y todos
los habitantes de Casitas, se acordaron de mi mamacita quien seguramente
estaba viendo su tele muy ajena a los acontecimientos.
AHORA… YA DE REGRESO
La Catedral en el centro de Teziutlán |
Después de nuestra experiencia vacacional
en Casitas Veracruz, ya de regreso, aunque ya era un poco tarde, volvimos a
visitar a la querida Tía Chabela en su prestigiado Café Alcalá en la calle
principal de Teziutlán Puebla. Después de comer y de la larga sobremesa, nos
despedimos y nos dirigimos a la terminal de los camiones guajoloteros que
hacían la corrida a la ciudad de Puebla.
Por ser el final de la Semana Santa, nos
encontramos con una enorme cola para abordar el siguiente y último autobús que
daría servicio ese día. Ese día era domingo y todos teníamos obligaciones para
el día siguiente unos en el trabajo y otros en la escuela. No sabíamos que
hacer, pero teníamos que llegar a Puebla a como diera lugar.
Optamos por caminar por la orilla de la
carretera y pedir aventón aunque nos fuéramos de uno en uno. La verdad es que
nadie se detenía, así fue que llegamos a una gasolinera en donde estaba
cargando combustible un camión que no era de línea, nos acercamos y hablamos
con el chofer quien nos dijo que era el autobús privado de un equipo de Foot
Ball de Tlaxcala que había jugado esa tarde en Tlatlauquitepec, conocido
coloquialmente como “Tlatlauqui” y debía recoger a los jugadores en cosa de
media hora. Le pedimos aventón y nos dijo que nos llevaría hasta la bifurcación
donde el daría vuelta para llegar a ese pueblo.
Nosotros estuvimos de acuerdo porque
pensamos que a partir de ahí, podríamos llegar a Puebla aunque fuera en abonos
y así fue que ahí nos dejó. Él nos prometió hablar con el encargado del equipo
y si él aceptaba nos volvería a recoger para dejarnos en la entrada de la
ciudad de Puebla.
Ahí, en la orilla de la carretera,
asoleados, cansados, en plena oscuridad, sin dinero y en medio de una super
orquesta de grillos, chicharras y moscos, esperamos pacientemente que
viniera el camión de regreso pidiéndole a Dios que aceptaran levantarnos. En un momento dado, a lo lejos, aparecieron unos faros, pensamos que era el
camión de los jugadores. De pronto comenzamos a ver que de entre los faros
salían unos fogonazos o flamazos que combinaban con unos golpes muy fuertes en
el suelo alrededor de nosotros y que además de levantar estallidos de
tierra nos provocaron un inesperado terror; no tardamos en convencernos que se
trataba de fallidos balazos.
Así era el Cadillac’50 de esa pandilla de asesinos. |
Una vez que ese vehículo se aproximó a
nosotros, en medio de más y más desatinados balazos, logramos ver que se
trataba de un precioso Cadillac Coupé de Ville y nos percatamos de que se
trataba de una pandilla de matones borrachos que asomados por las ventanillas,
entre gritos y maldiciones practicaron el tiro al blanco teniendo como objetivo
nuestra pobre humanidad. Estos desalmados animales, tomaron camino hacia
Teziutlán.
Después supimos por los jugadores
Tlaxcaltecas, que afortunadamente aceptaron levantarnos, que se trataba del
infeliz multiasesino Gabriel Ávila Camacho y su elenco que alcoholizados y como
era su costumbre, ya habían cometido un sinnúmero de fechorías en la fiesta
popular de Tlatlauquitepec.
Ese multiasesino, tuvo por cárcel
Teziutlán, su ciudad natal, mientras fue presidente de la República su hermano
Manuel, el “Presidente Caballero”.
A partir de nuestras balaceadas
vacaciones, por las noches, al rezar al Angelito de la Guarda, le envío un buen
bonche de maldiciones y mentadas de madre al tal Gabrielito y sus podridos
secuaces.
Se cuenta que el tal Gabriel le daba diez y
las malas a su hermanito mayor el tristemente recordado super asesino Maximino
Ávila Camacho.
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