sábado, 15 de mayo de 2010

LAS TEMIBLES ISLAS MARÍAS

A poco tiempo de terminada la terrible segunda Guerra Mundial, apareció en México una peligrosa enfermedad que atacaba particularmente al ganado vacuno, se trataba de la Fiebre Aftosa. El gobierno de México tomó cartas en el asunto y de inmediato organizó  brigadas para no permitir que esa calamidad se expandiera a lo largo y ancho del territorio nacional.

A la vez, grupos de médicos veterinarios y científicos especializados en el control de esas epizotias, trabajaban empeñosamente en encontrar el origen de esa enfermedad. No obstante mi corta edad, yo recuerdo la presencia de equipos uniformados que a bordo de vehículos parecidos a los militares, circulaban dentro de la ciudad para tomar las carreteras que conectaban con las distintas áreas donde se iba presentando esa tremenda plaga.

También recuerdo que cuando uno viajaba a bordo de un autobús o de algún automóvil, en las distintas carreteras se instalaban retenes para detener a los vehículos y obligar a los ocupantes a caminar a lo largo de la cuneta sobre un tapete de aserrín empapado en algún poderoso insecticida para evitar la propagación de esa enfermedad y simultáneamente en los ranchos en muy distintas partes del país, se aplicaba el temible Rifle Sanitario, dando muerte a gran cantidad de cabezas de ganado enfermo.

El gobierno de los Estados Unidos, a través de sus dependencias a cargo del control y desarrollo de la agricultura y la ganadería, tuvo una gran ingerencia en éste asunto y apoyó muy fuertemente en el aspecto técnico, científico y económico al programa mexicano que perseguía la erradicación de la tal Aftosa por el gran temor de que éste mal se propagara dentro del territorio norteamericano.

Por fin, después de grandes esfuerzos y alto costo, los dos países disfrutaron de una verdadera despreocupación con respecto al comentado y peligroso mal.

Pasaron los años, muchos, hasta que en tiempos del presidente Echeverría, siendo subsecretario de Ganadería el prestigiado Médico Veterinario Gustavo Reta Petterson, desgraciadamente volvieron a aparecer signos de Fiebre Aftosa.

Dentro de la mayor discreción posible y después de comprobar que el origen de la nueva presencia de la enfermedad venía en el semen procedente de Brasil y de otros países en donde también ya se practicaba la inseminación artificial, el doctor Reta propuso al Presidente de la República que en algún lugar fuera del territorio firme se instalara una unidad cuarentenaria para poder continuar con el Programa Internacional de Inseminación Artificial sin caer en el grave riesgo de su propagación.

Se propuso como el sitio idóneo una de las Islas Marías. Las islas son cuatro, tres mujercitas y un varón; sus nombres: María Madre, (que es el presidio, al que le llaman Colonia); María Cleofas, María Magdalena (desocupada, que es la que se escogió para asentar el Proyecto) y San Juanico que es donde se encuentran las terribles salinas.

El Presidente autorizó al doctor Reta para que de inmediato diera curso al proyecto y así fue que se me invitó para que formando parte de un grupo de distintos especialistas en la materia, obtuviera los informes de cada uno de ellos para tener las bases necesarias  para desarrollar un proyecto arquitectónico bien fundado y por tanto útil.

El grupo lo integramos, de la Subsecretaría de Ganadería: el Director de Sanidad Animal, el Director del Instituto de la Leche, el Director del Instituto de Inseminación Artificial, el Director de control e investigación de la Fauna Silvestre y de la Subsecretaría Forestal: un especialista en bosques y pastos, una persona muy  experimentada en aserraderos.

También estaba programado un técnico en dragado para muelles y embarcaderos y un especialista en aeronáutica y pistas de aterrizaje y para concluir, yo,  como coordinador de la información que aportarían cada uno de ellos para tomarla en cuenta  en la elaboración de un Proyecto Arquitectónico bien fundado.

Así fue que valiéndonos de una formidable fotografía aérea de aquella isla le dimos la vuelta completa cambiando de lugar nuestro campamento a medida de nuestro avance. El recorrido lo hicimos en quince días.  


Después de un arduo, arriesgado e incómodo trabajo, sobre todo para los que ni siquiera nos interesamos algún día en ser Boy Scouts, terminamos nuestra aventura y nos situamos en la playa previamente acordada para que nos recogiera el guardacostas de nuestra armada de nombre Polimar II.


Ya de regreso a la Isla María Madre, esperamos el avión de la Secretaría de Agricultura y Ganadería para que nos llevara de regreso a la ciudad de México, pero el avión nunca llegó. Como es costumbre entre nuestros vergonzantes gobernantes, el señor Secretario le prestó el avión a su amante para que en compañía de unas amigas fueran a fayuquear a San Antonio Texas, provocando que cada uno de nosotros, los colaboradores del proyecto, costeáramos nuestro regreso a nuestro punto de origen.


El Proyecto se elaboró, se terminó, se puso a la consideración, la opinión unánime las distintas autoridades fue aprobatoria, no así la del Presidente Echeverría, el nefasto don Luís, quién primero lo planteó, después lo sugirió, luego la ordenó y al final lo desconoció, pues influenciado por un mal mexicano,  un sombrío veterinario lambiscón del presidente llamado Pablo Zierol, decidió que el proyecto se olvidara.

El significativo costo del famoso proyecto y las graves consecuencias que pudieron haber surgido por no haberlo hecho efectivo, no tuvieron la menor importancia, al fin y al cabo el pueblo paga.   

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