Contaba yo apenas con diecinueve añitos cuando tuve el gusto de conocer a una persona fuera de serie. Se trataba de don Carlos Pardo, un emprendedor industrial que entre otras cosas fabricaba los reguladores de presión que se instalaban en los tanques de gas que daban servicio a la totalidad de las casas del país entero.
Don Carlitos era muy jovial y tenía muy buen carácter, a veces se acercaba al estanquillo instalado en el pancupé del crucero de las calles de Magdalena y Luz Saviñón donde nos reuníamos sin razón específica la juventud de la Colonia del Valle.
Entre los jóvenes que nos reuníamos en esa esquina a pasar el rato y a presumir nuestras carcachas, invariablemente contábamos con la presencia de los germanos del Club de remo Antares, con Alfonso “Pacha” Esparza Oteo hijo del inolvidable compositor y con Fernando Rangel Vergara actual dueño de la cadena de estacionamientos “Ranver”.
Pues a ese estanquillo de acercaba don Carlitos y sin ningún problema, no obstante la diferencia de edad, se integraba con el famoso grupo. El era dueño de un flamante Bel Air de la Chevrolet verdecito con crema y no tardó en presumirnos que también poseía una avioneta Cessna que el mismo piloteaba.
Un medio día de soleado sábado llegó y nos dijo: quien gusta un buen cocktail de camarones en la playa de Caleta, estaremos de regreso como a las seis de la tarde y solo dos de los ahí presentes nos interesamos en participar en esa inesperada experiencia.
Recuerdo que mi amigo, Javier Alberú y yo, después de cerrar y poner el toldo a mi mi Fordcito’36 convertible y por si fuera poco rojo bombero el condenado, abordamos el Bel Air de don Carlitos y nos dirigimos a la zona de hangares privados del aeropuerto de la ciudad de México.
Atendiendo a la solicitud vía telefónica por parte de don Carlos, cuando llegamos a su hangar, nos encontramos que ya estaba su avión afuera, checado de todo y con el motor trabajando. Se trataba de una avioneta Cessna 150 de ala alta con capacidad para cuatro pasajeros. Era de muy buen diseño, blanca con partes rojas y no obstante que ya tenía tres años al servicio del señor Pardo, se sentía como nueva.
El avioncito subió y subió sin dificultad de ninguna especie. Yo desde el asiento del copiloto observaba a don Carlos y podía comprobar que sabía lo que estaba haciendo. Nos advirtió que antes de tomar la ruta a Acapulco quería practicar algunas de las suertes ó ejercicios que según nos dijo eran muy convenientes para agarrar experiencia y saber que hacer en casos comprometidos.
Así fue que primero aterrizó en dos ruedas, dejando la nariz del avión arriba y luego, antes de bajarla se hizo de nuevo al aire. Según nos explicó era un recurso para corregir el aterrizaje cuando se encontraba uno algún obstáculo en la pista.
Después practicó algo a lo que llamaba “regresión” que consistía en que cuando se vuela por contacto y no por instrumentos y se mete a ciegas dentro de un banco de nubes y no hay la seguridad de lo que pudiera haber mas adelante, lo conveniente es regresar exactamente por el imaginario túnel por el que antes entró.
Y para terminar, quiso practicar la suerte mas lucidora, el famoso “Looping the Loop” que significa rizando un rizo y se aventó nada mas que tres loops que honradamente nos impresionaron porque se siente muy fuerte estar de cabeza y con el horizonte al revés.
Después de haber hecho su tarea, don Carlitos la enfiló hacia Acapulco ofreciéndonos unas vistas inimaginables pues al llegar al puerto y antes de aproximarnos al aeropuerto nos dio una paseadita sobre las playas tan impresionante como pueden ser los bikinis de las guapas chicas.
A propósito de bikinis, después de un feliz aterrizaje y de transportarnos en un taxi a la playa de Caleta, cuando Caleta era Caleta, no la degradación que es hoy, disfrutamos nuestros prometidos camarones complementados con una exquisita cerveza bien fría que nos sirvieron desde el incomparable Bum, Bum.
Cuando comenzamos a sentir las ansias de una siesta, volvimos al Cessna y con el compromiso de no mas acrobacias por aquello de lo que llevábamos en el estómago, volvimos a la ciudad de México. Muy agradecidos con don Carlos, nuestro bondadoso amigo y mesurado piloto llegamos a nuestra esquina de la colonia del Valle para arrancar nuestros correspondientes autos a las cinco cuarenta y cinco de la tarde.
Pasando un poco de tiempo, volví a ir a volar con don Carlos. Ahora iba yo como único invitado, ahora no fuimos a Acapulco, solo volamos y vimos paisajes y volvió a practicar sus acrobacias, ahora por primera vez me instruyó en lo mas elemental para volar una avioneta como esa.
Otro día, también sábado, me buscó pero no en nuestra esquina particular sino en mi casa. Me dijo radiante de felicidad que había cambiado su Cessna 150 por otro también Cessna pero ahora era el 180 y era nuevo y era blanco con partes azules y que me invitaba a conocerlo y de ser posible estrenarlo dando una voladita por la ciudad.
Yo acepté porque me gustaba lo de la volada y porque me sentí muy contagiado por la emoción que experimentaba don Carlitos. Total, fuimos, conocí su nueva nave, honradamente estaba formidable. Me impresionó mucho que traía las ruedas cubiertas por una especie de salpicaduras.
Abordamos su nuevo avión, taxeamos, nos elevamos, divagamos un tiempo sobre los alrededores de la gran ciudad de México y luego se dirigió al área del Lago de Texcoco que mas bien ya no llega ni a charco y ahí sobre esa gran planicie, donde es difícil calcular la altura porque no hay ningún elemento como árboles, construcciones, vehículos ó ganado que te de idea de la escala, comenzó a calar su famoso 180.
Todo iba mas ó menos normal pero cuando decidió iniciar su serie de loops, se nos apareció el diablo. Don Carlos inició su primer loop; recuerdo que iba pronunciando los pasos a seguir: bajas la velocidad, aplicas aire caliente al carburador, jalas el volante hacia ti y cuando el avión se encuentra en posición de cabeza, metes el acelerador a fondo y completas y sales del loop.
Desgraciadamente no fue así, cuando estábamos de cabeza y yo veía el horizonte muy bien definido pero con el azul del cielo abajo y el color tierra arriba, de repente el avión sufrió una fuerte sacudida, no obstante que estaba nuevo, por la misma sacudida se nos vino la tierra de los tapetes a los ojos y a la boca y junto con esa impresión sentimos que la avioneta se desplomaba.
Don Carlos no podía disimular su enorme angustia, trataba de controlar el avión acelerando hasta el fondo pero no había reacción. Habíamos entrado en una caída vuelta de campana que según supe después es muy difícil salir de ella porque cuando el efecto de la hélice llega a las alas y al timón traseros, la cola ya no está ahí y el aparato entra en una espantosa fase fuera de control.
Yo di todo por perdido cuando me dí cuenta de que don Carlitos se dio por derrotado y soltó los controles y se asió con las dos manos de una agarradera fija en el poste del parabrisas. Yo no sabía si faltaban uno ó cinco ó diez segundos para morir. Por las ventanas veía pasar el horizonte repetidas veces. Fue una situación espantosa que nunca olvidaré.
Cuando la distancia a tierra se había acortado, inesperadamente y seguramente por una corriente de viento de costado, la avioneta salió de esa vuelta de campana y comenzó a volar con el ala izquierda apuntando a tierra y así la situación que se nos presentaba ya era otra. Don Carlitos tomó nuevamente los controles y logró estabilizar el avión. Volamos no se si tres ó cuatro minutos en completo silencio y sin preocuparnos que rumbo llevábamos.
Cuando le dejaron de temblar las piernas, el capitán de la nave corrigió el rumbo, la velocidad, checo la altitud y nos dispusimos a buscar el aeropuerto. Una vez logrado ello, por medio del radio solicitó autorización para aterrizar, le señalaron pista, aterrizamos, nos apeamos del avión, vomitamos ampliamente, tomamos una cocacola, yo volví a vomitar, abordamos el Bel Air y en un completo silencio nos dirigimos a la colonia del Valle, nos despedimos y no me volvió a invitar a echar una voladita nunca mas.
Pasó el tiempo, mucho, de vez en cuando nos encontrábamos y simplemente nos saludábamos y conversábamos con el gusto y respeto de siempre pero sin recordar lo sucedido aquel terrible día.
Años mas tarde, casualmente leí en el periódico una triste noticia: El progresista industrial Carlos Pardo falleció al caer el avión de su propiedad que el mismo piloteaba.
El accidente sucedió el día de ayer en las inmediaciones de un punto denominado Villa del Carbón, en el Estado de México y los peritos dictaminaron que fue debido al mal tiempo. Descanse en Paz don Carlos Pardo.
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