Allá por 1973 ingresé a la Oficialía Mayor de la Secretaría de Gobernación. Era la primera vez que yo formaba parte del equipo de trabajo de una institución gubernamental. Acepté porque me senti muy comprometido, aunque no estaba muy convencido de haber hecho lo correcto. Se trataba nada menos que de la Secretaría más importante del gobierno y mi actividad estaría muy definida y ligada a mi profesión de arquitecto.
Comenzó a correr el tiempo y me fui haciendo cargo de distintos proyectos como el nuevo Salón para Pasajeros en Tránsito en el Aeropuerto de la Ciudad de México; ampliaciones y restauraciones a los edificios de la Escuela Orientación Varones en Tlalpan y en el Consejo Tutelar para Menores; asi como las instalaciones que en ese entonces no existían de la Dirección de Población y Control Migratorio en Puerto Juárez, Quintana Roo, que ya en esos días se empezaba a transformar en lo que después llegaría a ser Can Cún.
En el propio edificio de la Secretaría conocido historicamente como el Palacio de Cobián ubicado en las calles de Bucareli, rehicimos ornamentaciones de cantera que ya casi se habían desintegrado; al frente de su fachada principal, proyectamos y construimos dos fuentes acordes con el estilo del antiguo edificio y también situamos un elevador en el área del Diario Oficial.
Pero para mi, el encargo más valioso, más importante, que me llenaba de orgullo y de gran responsabilidad fue la instalación del Archivo General de la Nación en el bellísimo edificio que a principios del Siglo XX se erigió en el número ocho de la calle de Tacuba frente al Palacio de Minería, formando parte de la Plaza Tolsá.
Este hermoso edificio fue encargado por el presidente Porfirio Díaz al arquitecto italiano Silvio Contri y fue inaugurado en 1911 por el presidente Francisco I. Madero.
Instalamos con mucho orgullo el nombre del Archivo en bronce y latón. |
Las obras por hacer para poder instalar el contenido del importantísimo Archivo, fueron muy complejas y de mucha responsabilidad y debían estar listas para que el Secretario Mario Moya Palencia las recibiera a satisfacción el 30 de noviembre de 1976 último día de su gestión y del gobierno del presidente Luís Echeverría Álvarez de tan extraño estilo.
Las referidas obras consistieron en hacer todo lo necesario para resguardar el gran número de documentos y valores históricos. Para ello, hubo que revisar y en su caso reforzar los originales pisos de madera así como los muros, cerramientos, cielos rasos, azoteas, puertas, ventanas, herrerías y demás elementos estructurales y ornamentales del bello inmueble.
También hubo que instalar equipos para controlar el grado de humedad, de temperatura y de iluminación para garantizar la preservación de tantos y tantos valiosísimos expedientes.
Se diseñaron, construyeron e instalaron las urnas en donde debían ser resguardadas y exhibidas con toda dignidad y respeto, nada menos que nuestra Acta de Independencia, las Constituciones, las Banderas tricolores y el Escudo Nacional de acuerdo a sus diferentes cambios en cuanto a dimensiones y demás características a través del tiempo.
Esta es una de las urnas que hoy resguardan los originales de nuestras Constituciones. |
G. Abaroa al lado del Acta de Independencia de nuestra Nación |
EL ACTA DE INDEPENDENCIA DE MÉXICO resguardada con orgullo, devoción y respeto
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Todos los herrajes con los que se debían proteger dichas urnas se encargaron a don Francisco J. López notable orfebre poblano quien para cumplir con los diseños que se le entregaron, hizo uso de la escultura, del bronce y del oro. La verdad es que quienes tuvimos la suerte de participar en ese loable encargo nos sentimos muy satisfechos de haber puesto nuestros conocimientos respeto y empeño para cumplir con esa enorme responsabilidad.
La importante obra de regeneración del Archivo se terminaron con la debida puntualidad el 30 de noviembre de 1976. El Secretario Mario Moya Palencia, los Sub Secretarios doctor Sergio García Ramírez y don Fernando Gutierrez Barrios y el señor Oficial Mayor licenciado Manuel Ibarra Herrera, recibieron de quien ésto escribe los trabajos terminados para concluir con la tarea encomendada.
Al día siguiente, justo el 1 de Diciembre del mismo año 1976, tomó posesión don José López Portillo que en aquellos días era como nuestra esperanza después de las innumerables, inesperadas y sorpresivas ocurrencias y errores del que afortunadamente ya se iba.
¡Ah que don Pepe!
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Pues el tiempo comenzó a transcurrir y
el nuevo gobierno nos llenó de ilusiones pero resulta que rápido empezó a
esfumarse la esperanza. El tal don José no tardó en exhibirse como un
gobernante frívolo, se pasó por su muy presidencial arco del triunfo todo lo
relacionado con el nepotismo, le dio nombramientos a diestra y siniestra a toda
su parentela, a sus hermanas, especialmente a la insoportable Margarita, le regaló para que se divirtiera con la
importante y sufrida institución identificada como RTC y rapidito acabó con la
Cineteca, con todo lo que corresponde al buen radio y puso de cabeza a las
televisoras.
Una de sus ocurrencias que se puede juzgar como imperdonable, fue su decisión de mudar al valiosísimo Archivo General de la Nación recién instalado en el bello edificio conocido como el Palacio de Comunicaciones localizado en el número siete de la calle de Tacuba en el Centro Histórico de la Ciudad de México precisamente frente al Palacio de Minería y muy cercano al Palacio de las Bellas Artes y asentarlo precisamente en el siniestro edificio del presidio de Lecumberri en donde a lo largo del tiempo han sido consignados y apresados muchos de los delincuentes y asesinos más despreciables de nuestra historia.
Ese tristemente histórico edificio conocido también como “El Palacio Negro de Lecumberri” data de principios del siglo veinte y está localizado en un punto de lo más inadecuado de la ciudad y por si fuera poco, a un lado del canal del desagüe con gran riesgo de sufrir inundaciones.
La solución arquitectónica del edificio que alberga a esa cárcel, obedece a lo que en aquel tiempo se consideraba como la más adecuada para una instalación destinada a la reclusión que es mucho muy distinta a la requerida por un museo y sobre todo un museo destinado a guardar nuestra historia y nuestros valores patrios como son la historia de nuestra bandera, de nuestro escudo y el gran acervo de documentos que atestiguan los más significativos acontecimientos al paso del tiempo.
El
Palacio Negro de Lecumberri, una verdadera cloaca, en donde imperdonablemente
ubicaron el Archivo General de la Nación resguardando nuestros
valores patrios |
Para completar, nuestro generoso presidente orgulloso de su nepotismo, empezó a darse a conocer por su frivolidad nombrando a su inexperto hijo José Ramón, Subsecretario de Planeación de la Secretaría de Programación y Presupuesto; a sus ejemplares primos, entre ellos Guillermo, a quien distinguió con un cargo importante al frente de la Comisión Nacional del Deporte.
El joven Subsecretario José Ramón. |
A su esposa que no era su esposa pero si era su esposa, la consintió y le dio gusto para que se la creyera que era la gran concertista y nuestra primera dama llena de falsedad y petulancia comenzó a hacer viajes para presentarse con todo y la orquesta sinfónica para lucirse en el extranjero ante el público de distintos países sin importar las distancias y los descomunales gastos.
Carmen Romano sin piano.
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Se cuenta que en un hotel de París hubo que demoler, para después volverlo a levantar, uno de los muros de su habitación para poder meter un piano de cola que caprichosamente quiso tener ahí para dar gusto a su equivocada manía. Por otro lado, no tardó en saberse sobre los diversos noviazgos de don José con diferentes mujeres. A la tal Kena Moreno, le dio gusto regalándole lo necesario para publicar su revista Kena y luego la hizo Delegada en Benito Juárez.
A su salud doña Kena |
A otra de ellas le dio un nombramiento oficial, ahora se trataba de Rosa Luz Alegría, ex nuera del ex presidente Echeverría, a quien simplemente hizo Secretaria de Turismo a nivel federal y le concedió la facultad para que diera el Grito de Independencia el quince de septiembre en el Teatro Cornegie de Manhatan, en Nueva York. ¡Que vergonzosa verguenza!!!!! ....
Secretaria de Turismo y amante
del Jefe de Jefes.
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Y para terminar con este tambache, porque no tiene caso referirnos a tantos más, tocamos el tema de Alexandra Acimovic conocida como Sasha Montenegro, una actriz vedette nacida en 1942 en Bari Italia hija de padres yugoslavos. Rápidamente pasó a formar parte del inventario de amantes del tremendo Pepe López con quien tuvo dos hijos: Nabila (1985) y Alexander (1990).
En el año 2000 a la muerte de Carmen Romano, la primera dama de Petatiux, Pepe y Sasha decidieron formalizar su estado civil y contrajeron matrimonio por las dos leyes, sobreviviendo el calienturiento novio solamente cuatro años para después heredarle a sus hijos (los antiguos) y a su viuda (la nueva) unas broncas enormes sobre la ya maltrecha herencia, un verdadero desastre. Hasta dónde puede llegar la obsesión de una persona que no mide la importancia y responsabilidad de la investidura que lleva o llevó sobre sus espaldas.
Felicidades a los novios. |
Ahora ubicándonos en los últimos días del amargo gobierno Echeverrísta y el principio del correspondiente al Lopezportillista, quisiera referirme a otra historia dentro de la misma historia. Resulta que al romper Echeverría con la arraigada costumbre de que el candidato obligado para ocupar el honroso cargo de Presidente de la República era para el titular de la Secretaría de Gobernación o sea para Mario Moya Palencia quien ya tenía armado y preparado su inminente destape, es más, puso mucho empeño en tranquilizar algunos brotes de apoyo que ya habían abortado el inminente destape muy especialmente en el norte de la república.
Pues resulta que al Licenciado Moya sin esperarlo y muy sorprendido por la decisión de nuestro desequilibrado ya expresidente Echeverría y no obstante que contaba con todo el aparato político a su favor, en un verdadero instante, le cambió a ese hombre su perspectiva de desarrollo político y como consecuencia, con mucho pesar, hasta provocó desajustes en su familia, básicamente con su esposa, la abogada Marcela Ibáñez de Moya quien no soportó tener que dejar de sentirse la Primera Dama de la nación.
Por detalles que ignoro y que no me corresponde ni investigar ni comentar, desde que fue destapado el tal JOLOPO por la sorpresiva y muy personal decisión del extraño don Luisito, dada a conocer precisamente en la comida que ofreció don Fidel Velázquez el día del Obrero Mundial, don Mario Moya que ya era pero que dejó de ser, decidió salir de casa y le urgía ubicarse en un nuevo domicilio y ahí, justamente me correspondió actuar.
De inmediato junto con mis colaboradores, nos abocamos a buscar el departamento que bebía cumplir las condiciones deseadas y señaladas por don Mario. En dos días lo encontramos a satisfacción en un punto aledaño a un área jardinada conocida como las Fuentes de los Hongos, por ahí, sobre la avenida Ejército Nacional.
Una vez que se nos aprobó el punto, se cerró el trato y nos dedicamos al amueblado, a armar su impresionante biblioteca para lo que tuvimos que recurrir a la directora de la Biblioteca México allá en La Ciudadela, para que nos relacionara con dos bibliotecarios experimentados para habilitar y ordenar los nuevos libreros en una forma inteligente.
Corrían los últimos días de agosto de ese 1976 cuando procedí a avisar que ya habíamos terminado nuestro encargo totalmente y habiendo cuidado hasta el último detalle, di parte a nuestro querido jefe de que podía ocupar su Nuevo departamento con todos los servicios y los detalles muy cuidados y revisados. Por lo pronto llegó un ayudante a recibir las l-+ laves y los instructivos de todos los equipos instalados, El licenciado Moya ya podría llegar en cualquier momento a tomar posesión de su súper Pent House de dos niveles en un octavo y noveno piso.
Grande fue mi sorpresa cuando a los dos días recibí una llamada telefónica. Era precisamente el jefe Moya dándome las gracias y expresándome que todo había resultado mucho mejor de lo que había imaginado. Además me esperaba a desayunar dos días después justo el 1 de Septiembre, fecha del último informe del presidente orate quien afortunadamente estaba viviendo sus últimos días como mandamás aunque para el era suficiente tiempo para acabarnos de desgraciar.
El día señalado, a las nueve en punto de la mañana me anuncié, fuí recibido y guiado hasta la terraza en donde ya estaba dispuesta una agradable mesa con dos servicios. En unos minutos más hizo su presencia don Mario Moya, me saludó con mucho afecto y entablamos una agradable conversación mientras desayunábamos.
Como yo sabía por mi querido compadre el organista Tony Cabral, que Mario Moya era del equipo de los organistas amateur y que era cliente de su tienda y que a menudo le invitaban para que musicalizara sus reuniones. Eso bastó para poderle platicar que yo también era aficionado al órgano y al piano y eso propició que el café lo termináramos de tomar mientras el se ejecutaba "Smile" en su Hammond X-66 y yo le hacía segunda y algunos adornitos en su flamante Steinway. Luego me pidió que nos cambiáramos y debo confesar que nos entendimos muy bien con el estilacho, los compases y las armonías.
Hubo un momento en que uno de sus ayudantes muy respetuosamente se acercó y le hizo notar que eran las once de la mañana. El licenciado Moya reaccionó y pensó que era justamente el tiempo para el traslado a la Cámara de Diputados situada en ese entonces en la calle de Donceles. Bajamos juntos por el elevador hasta el estacionamiento en donde aguardaban su auto, sus ayudantes y su escolta.
Sin darme oportunidad de despedirme y señalarle que mi auto estaba estacionado frente a la puerta del edificio, me indicó que abordara su auto por el lado izquierdo a la vez que el lo hacía por el lado derecho. El viaje a Donceles esquina con Allende fue ligero y sin contratiempos. La conversación continuó siendo muy relajada. Durante el trayecto, me pidió que le hiciera un resumen de mi colaboración en la Secretaría y así lo hice.
El auto siendo oficial llegó hasta el pie de la escalinata y justamente ahí lo abandonamos. Yo pensé que en ese momento iba a provocar la despedida, pero por el contrario, me tomó del brazo y así subimos la escalinata de unos dieciocho escalones.
Yo, mentalmente le pedía a Dios que mi esposa Cristy y alguno de mis familiares y amigos estuvieran viendo la tele porque para ellos iba a ser muy impactante verme llegar con Moya Palencia en el último acto del presidente Eheverría. Al ingresar al recinto me tendió la diestra y con un cordial apretón me dijo: Nos vemos pronto y muchas gracias…. Gracias a usted, señor Secretario!!.
Yo me dejé guiar por una edecán que me llevó a una especie de palco en el piso superior y me dió un buen lugar junto a la baranda. En ese momento me dí cuenta que yo no debía estar ahí, no tenía ningún interés y sobre todo que Echeverría estaba medio deschavetado y hacía demasiado largos sus informes y se pronosticaba que éste, por ser el último iba a ser el más largo de los seis que le correspondieron.
Afortunadamente, unos minutos más tarde se acercó por ahí el doctor Sergio García Ramírez, que era uno de los dos subsecretarios de Gobernación. El buscaba algún lugar disponible pero la butaquería estaba ya completamente ocupada, situación que me vino como anillo al dedo pues tuve la oportunidad de tener una atención con el doctor que al fin y al cabo también era mi jefe y por otro lado el chance de hacer la graciosa huida, tomar un taxi, ir por mi auto a la Fuente de los Hongos….. y adiosito.
Como comentario aparte, ese estúpido informe duró al rededor de siete horas y durante ese largo tiempo, el único de todos los asistentes que no fue a echar una meadita fue el susodicho, situación que nos hace pensar con razones muy fundadas que este ente es marciano.
Pasado un considerable tiempo y ya en vísperas de Navidad, sucedió algo inusitado, hice una llamada telefónica a mi queridos amigos Benedicto Mione y a su muy respetable esposa nuestra querida amiga y entrañable paisana Irma Carlón. Cuando hice la llamada quién me contestó fue ella y de entrada, agradeció la invitación pero la declinaba porque justo ese día llegaba a la Ciudad de México un queridísimo amigo de ellos, se trataba de Mario Moya Palencia que en ese tiempo estaba viviendo fuera del país y cuando llegaba a ésta capital paraba en el departamento de ellos, sus queridos amigos, allá, en las calles de Varsovia de la Colonia Juárez. Dadas la circunstancias, le dije con mucha naturalidad que por qué no lo invitaba a venir a casa con la seguridad de que la iba a pasar bien porque además, contábamos con un flamante Hammond. Ella y Benedicto aceptaron, lo invitaron y desde luego que llegaron. El, también aceptó la invitación porque me tenía en mente y porque tenía muy presente nuestro anterior encuentro musical de órgano y piano.
Yo, aprovechando la oportunidad, también invite a unos queridos amigos, Manuel y Gilda Ibarra. El había sido mi jefe inmediato en la Oficialía Mayor de la Secretaría de Gobernación siendo Mario Moya el mero mero Secretario. Lo sabroso de lo que resultó ser una especie de trampa, fue que ni los Ibarra sabían que se iban a encontrar con Mario Moya, ni el sabía de la presencia de los Ibarra, o sea que la intención resultó redonda.
La conversación nos llevó a tocar ciertos puntos en donde pusimos al descubierto que nuestra queridísima nuera Esperanza Estavillo esposa de nuestro hijo Mauricio que desgraciadamente estaban ausentes, era su ahijada pues era hija de su entrañable amigo y compadre Horacio Estavillo de la generación de estudiantes de la Facultad de Derecho y de la palomilla de Miguel Alemán Velasco. El resultado de la reunión fue muy sabroso, independientemente de la exquisita cena preparada por mi esposa Cristy, el ambiente fue muy cobijado por el viejo piano Gulbransen, el melodioso Hammond, la guitarra y canciones de nuestra hija Cristina y la acariciante voz siempre apapachadora de la bella Irma Carlón, recordada cariñosamente como: "La Lagrimita que Canta”.
Los Ibarra, el licenciado Mario Moya, mi familia e Irma Carlón |
La musicalidad de Mario Moya al
piano atestiguando Manuel Ibarra y Gabriel Abaroa M |
No olvidaré el inesperado momento en que don Mario Moya me preguntó sobre el año en que yo nací, aportándole el dato del año 1932. Entonces él tomó una determinación advirtiéndome: de hoy en adelante me vas a hablar de tú y yo a tí de usted porque ahora resulta que soy menor que tú, yo soy del 33.
Mi esposa y yo quedamos convencidos de que el encuentro fue un éxito y la prueba de que fué así: la hora de la despedida,..... pasaditas las dos de la mañana.
A mi en otro tiempo jefe y después querido amigo, continué saludándolo siempre en reuniones en torno a la música y en particular a un piano.
El Licenciado Mario Moya Palencia, que pudo haber sido un buen Presidente de la República, falleció el nueve de octubre de 2006 a la edad de setenta y tres años. (qepd). |
Excelente descripción de los absurdos del poder cuando este cae en individuos prepotentes y egocéntricos v.g: Donald Trump.
ResponderBorrarSaludos de un exiliado voluntario de nuestro querido México!
E. A. Sierra
Los abusos de Mario Jr. fueron imperdonables.
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